En Defensa de la Fe


En el Concilio Vaticano II se perpetró el engaño más perverso en la Historia de la Salvación, desde cuando Satanás tentó a Eva en el Jardín del Edén

Durante el Concilio Vaticano II se perpetró la traición a Nuestro Señor y Su Encargo de ir a predicar la Buena Nueva a todas las naciones y de bautizarlas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Este se constituyó en el segundo mayor engaño en la historia de la Salvación, desde cuando Satanás engañó a Eva en el Jardín del Edén.



Dicho engaño es de tales proporciones que todos los Papas después del Concilio, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, lo han promovido abiertamente (mencionemos tan solo algunos ejemplos: las reuniones “ecuménicas” de Asís promovidas por Juan Pablo II y Benedicto XVI; el mal llamado “diálogo interreligioso” promovido por todos los anteriores; el “Sínodo sobre la sinodalidad” de Francisco; la declaración herética de Francisco durante un encuentro con jóvenes en Singapur, el 13 de septiembre de 2024: «todas las religiones son UN CAMINO PARA LLEGAR A DIOS»)



Durante el Concilio Vaticano II se perpetró la traición a Nuestro Señor y Su Encargo de ir a predicar la Buena Nueva a todas las naciones y de bautizarlas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Este se constituyó en el segundo mayor engaño en la historia de la salvación, desde cuando Satanás engañó a Eva en el Jardín del Edén.Durante el Concilio Vaticano II se perpetró la traición a Nuestro Señor y Su Encargo de ir a predicar la Buena Nueva a todas las naciones y de bautizarlas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Este se constituyó en el segundo mayor engaño en la historia de la salvación, desde cuando Satanás engañó a Eva en el Jardín del Edén.




(nota: esta página está basada en una traducción libre del artículo de Robert Morrison en The Remnant, titulado, “El Vaticano II y el engaño más perverso desde cuando Satanás tentó a Eva en el Jardín del Edén”)



El Cardenal Agustín Bea (quien fue probablemente el hombre más importante del Concilio Vaticano II) logró engañar a la mayoría de los obispos conciliares para que abandonaran la Gran Comisión dada por Dios Nuestro Señor Jesucristo

En nombre de una unidad fraudulenta basada en apaciguar a los protestantes, el cardenal Bea consiguió engañar a los manifiestos dirigentes de la Iglesia católica para que abandonaran la Gran Comisión (dada por Dios Nuestro Señor Jesucristo justo antes de Su Ascensión -San Mateo 28:18-20, Jesús instruye a sus discípulos y les dice:- “Id pues y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a conservar todo cuanto os he mandado”). El abandono de la Gran Comisión se convirtió en el mayor engaño en la Historia de la Salvación desde cuando Satanás tentó a Eva en el Jardín del Edén.


Para preparar el terreno con el fin de comprender el segundo mayor engaño de la Historia de la Salvación, es útil considerar cuál de las dos afirmaciones siguientes sonaría más correcta a los líderes manifiestos de la Iglesia Católica de hoy:


1. La pertenencia a la Iglesia es necesaria para aquel que desee alcanzar la Salvación.


2. Debe al menos abrigarse la esperanza de la Salvación eterna de todos aquellos que no están en lo absoluto dentro de la verdadera Iglesia de Cristo.


¿En cuál parece creer Francisco? ¿En cuál parecen creer la mayoría de los obispos y sacerdotes (en estos momentos)? Según todos los indicios, Francisco y sus obispos y sacerdotes más cercanos parecen rechazar la primera afirmación y promover la segunda.


La primera afirmación (que debe entenderse a la luz de la enseñanza de la Iglesia sobre la “ignorancia invencible”, descrita más adelante) es una verdad infalible de la Iglesia Católica. La segunda afirmación fue condenada como herética en el “Syllabus de errores” del Papa Pío IX, dentro del grupo de cuatro afirmaciones condenadas, que están relacionadas con el Indiferentismo (religioso):



Veamos las cuatro afirmaciones condenadas en el "Syllabus de errores" del Papa Pío IX para entender qué es el Indiferentismo

"III. INDIFERENTISMO, LATITUDINARISMO


15. Todo hombre es libre de abrazar y profesar la religión que, guiado por la luz de la razón, considere verdadera. - Alocución “Maxima quidem”, 9 de junio de 1862; Damnatio “Multiplices inter,” 10 de junio de 1851.


16. El hombre puede, en la observancia de cualquier religión, encontrar el camino de la salvación eterna, y llegar a dicha salvación. - Encíclica «Qui pluribus», 9 de noviembre de 1846.


17. Al menos debe abrigarse la esperanza de la Salvación eterna de todos aquellos que no están en absoluto dentro de la verdadera Iglesia de Cristo. - Encíclica «Quanto conficiamur», 10 de agosto de 1863, etc.


18. El protestantismo no es más que otra forma de la misma verdadera religión cristiana, en cuya forma se da el agradar a Dios de la misma manera que en la Iglesia católica. - Encíclica “Noscitis”, 8 de diciembre de 1849".


De diferentes maneras, todas las declaraciones anteriores (que fueron condenadas), atacan la enseñanza de la Iglesia Católica de que no hay salvación fuera de la Iglesia Católica (excepto en el caso de que haya “ignorancia invencible”, es decir, cuando la persona, sin culpa alguna, ignora que el mensaje cristiano es verdadero). Así mismo, es más probable que los líderes manifiestos de la Iglesia de hoy en día enseñen cada una de estas declaraciones heréticas en vez de la enseñanza infalible contra la cual atentan.



El Cardenal Agustín Bea orquestó este atroz engaño en el Concilio Vaticano II

Como se explica más adelante, el Cardenal Agustín Bea tramó e introdujo este engaño atroz en el Concilio Vaticano II, a pesar de que el arzobispo Marcel Lefebvre había advertido a sus compañeros padres conciliares del feroz ataque a la Fe que estaba sucediendo.


Antes de considerar las tácticas empleadas por Bea para oscurecer la Verdad (a través de distracciones, desorientación, verdades a medias), vale la pena recordar la enseñanza inmutable de la Iglesia, tomada de la alocución del Papa Pío IX en 1854, Singulari Quadam:


"Ciertamente debemos tener como certeza de fe que nadie puede salvarse fuera de la Iglesia apostólica romana; que esta es la única Arca de salvación, y que el que no entre en ella perecerá en el diluvio. No obstante, debemos igualmente tener por cierto que aquellos que viven en la ignorancia de la verdadera religión, siempre que dicha ignorancia sea invencible, nunca serán acusados de culpa alguna por este motivo ante los ojos del Señor. Ahora bien, ¿quién hay que se arrogue el poder de indicar la magnitud de tal ignorancia [invencible] según la naturaleza y la variedad de pueblos, regiones, talentos y tantas otras cosas? Porque realmente cuando, desatados de estas ataduras corporales, veamos a Dios tal como es, comprenderemos ciertamente con qué íntima y hermosa conexión están unidas la Misericordia y la Justicia divinas. Pero, mientras vivamos en la Tierra, agobiados por este cuerpo mortal que oscurece la mente, sostengamos con la mayor firmeza, desde la doctrina católica, que hay un solo Dios, una sola fe, un solo bautismo. Es un error llevar nuestras indagaciones más allá de esto". (citado en The Catholic Church and Salvation de Monseñor Joseph Clifford Fenton, p. 43)



Entonces, el Papa Pío IX en 1854 reiteró la verdad de fe de que las almas no se salvan fuera de la Iglesia Católica

En efecto, la lógica de esta porción de la alocución del Papa Pío IX es importante, especialmente teniendo en cuenta cómo fue atacada esta verdad de fe (a través del engaño introducido en el Concilio Vaticano II) y las consecuencias que se derivaron de tal engaño:


- No hay salvación fuera de la Iglesia Católica.


- No obstante, aquellos que son completamente ignorantes al respecto, no son, por esa única razón, culpables de no ser católicos.


- Sin embargo, como no conocemos los límites de la Misericordia de Dios a este respecto, debemos hacer siempre todo lo que esté a nuestro alcance para conducir a las almas a la Iglesia católica.


En su comentario sobre este pasaje de Singulari Quadam, Mons. Fenton subrayó el siguiente punto crucial:


"Algunas traducciones tienden a presentar la “ignorancia invencible” de la verdadera religión como si fuese una especie de sacramento, ya que hacen parecer que el Soberano Pontífice enseñó que las personas completamente ignorantes de la verdadera religión, simplemente no son culpables a los ojos del Señor.


Sin embargo (y esto es lo esencial de la enseñanza del Papa Pío IX aquí y en la encíclica Quanto conficiamur moerore) la no pertenencia a la Iglesia Católica no es de ninguna manera la única razón por la que los hombres se ven privados de la Visión Beatífica (i.e. la Salvación Eterna).


En última instancia, el único factor que excluirá a un hombre del goce eterno y sobrenatural de Dios en el Cielo es el Pecado, ya sea original o mortal.


Un niño que muere sin haber sido bautizado no tendrá derecho a la Visión Beatífica porque el Pecado original lo ha incapacitado para ello.


Todo hombre que muere después de haber alcanzado el uso de razón y que está eternamente excluido de la Visión Beatífica, está siendo castigado por el Pecado mortal real que ha cometido. Tal hombre puede estar además impedido de gozar de la Visión Beatífica a causa del Pecado original, si este no ha sido borrado por el Bautismo". (La Iglesia católica y la salvación, pp. 45-46)


La “ignorancia invencible” no es «una especie de sacramento», como si dijéramos un tiquete directo al Cielo. Alguien que pudiera estar sin culpa, por encontrarse en la ignorancia acerca de la necesidad de ser católico, tendría sin embargo que morir en estado de gracia santificante para ir al Cielo (es decir, estar libre de Pecado mortal). Incluso entre los no católicos, válidamente bautizados, que han sido liberados de la culpa del Pecado original, es improbable que tengan éxito en evitar el Pecado mortal si viven mucho tiempo después de alcanzar el uso de razón.


En consecuencia, sería una monstruosa falta de caridad por parte de cualquier católico sugerir siquiera remotamente que un no católico no necesita convertirse a la verdadera fe católica, la cual es la única religión establecida por Dios para que los seres humanos lo sirvan a Él y salven sus almas.



Las otras religiones cristianas no son simplemente alternativas menos buenas a la verdadera fe católica

En relación con esta consideración esencial Monseñor Fenton subrayó que Singulari quadam se opone a la idea de que otras religiones cristianas sean simplemente alternativas menos buenas a la verdadera fe católica:


“En esta sección de Singulari quadam, el Papa Pío IX exhorta a los obispos de la Iglesia católica a emplear todas sus energías para eliminar de las mentes de los hombres el error mortal de que el camino de la Salvación puede encontrarse en cualquier religión.


Hasta cierto punto, esto es una mera reafirmación de la opinión errónea según la cual podemos esperar la salvación de los hombres que nunca han entrado en la Iglesia católica (la cual es la primera interpretación errónea de la enseñanza católica reprobada en esta sección de la alocución).


Sin embargo, el error acerca de que el camino de la Salvación pueda encontrarse en cualquier religión tiene su propia y peculiar perversidad. Se basa en la errada implicación de que las falsas religiones, es decir las religiones distintas de la católica, son en alguna medida una aproximación parcial a la plenitud de la Verdad que se encuentra en el catolicismo.


Según esta aberración doctrinal, la religión católica se distinguiría de las demás, no como lo verdadero se distingue de lo falso, sino solo como la plenitud se distingue de las partes incompletas de sí misma.


Es esta idea (la idea de que todas las otras religiones contendrían lo suficiente de la esencia de esa plenitud de la Verdad que se halla en el catolicismo, y que por ello las haría vehículos de Salvación eterna) la que fue reprobada en Singulari quadam". (La Iglesia católica y la salvación, p. 47)



El Cardenal Bea actuó perversamente, intentando abiertamente y logrando finalmente introducir el engaño de que todas las religiones son caminos de Salvación eterna

Monseñor Fenton escribió estas palabras en 1958. Cuatro años más tarde, el cardenal Agustín Bea, presidente del Secretariado para la Promoción de la Unidad de los cristianos, daba la siguiente respuesta a la pregunta de cómo debemos entender la «conocida doctrina y dicho: fuera de la Iglesia no hay salvación»:


«Limitemos la respuesta a los cristianos, es decir, a los válidamente bautizados. Evidentemente, la expresión no significa que ninguno de los que están separados de la Iglesia católica pueda salvarse. Su explicación se encuentra en lo que hemos dicho anteriormente sobre la relación con la Iglesia católica. Como han sido bautizados y de buena fe aceptan y viven la fe en la que nacieron y se educaron, reciben, en virtud de su pertenencia a Cristo, la ayuda necesaria para una auténtica vida religiosa, para la observancia de la ley de Dios y, por tanto, también para su salvación. Por consiguiente, están en camino de salvación y ello en virtud de esta pertenencia fundamental a la Iglesia de la que hemos hablado». (Bea, La unidad de los cristianos, p. 202)


Podemos analizar dos componentes de esta declaración del cardenal Bea: por un parte, el fondo de la declaración y por la otra, el hecho de que intentaba públicamente reformar el pensamiento católico.


En cuanto al fondo, es evidentemente contrario a lo que el Papa Pío IX escribió en Singulari Quadam, como se desprende claramente de las explicaciones de Monseñor Fenton. Es, además, un eco de las proposiciones condenadas, citadas anteriormente del Syllabus de errores. Es, en otras palabras, herejía pura.


Por otra parte, y más allá de lo anterior, hay algo verdaderamente perverso en el hecho de que intentara abiertamente cambiar la enseñanza católica sobre este punto. Si los bautistas, luteranos, metodistas y todos los demás protestantes están «en el camino de la salvación» siguiendo sus religiones, ¿por qué querría alguien seguir la mucho más onerosa (rigurosa en su cumplimiento) religión católica? Aparte de Satanás, ¿quién se beneficiaría del disparate herético del cardenal Bea? La respuesta es obvia: los enemigos de la Iglesia en general, y las sectas protestantes en particular.


En otra declaración de 1962, el Cardenal Bea demostró cómo era capaz de utilizar su prodigioso intelecto y educación para manipular maliciosamente la verdad con el fin de promover el mal:


«Quien acepta a sabiendas y con pleno consentimiento la herejía y rechaza la obediencia a la Iglesia comete ciertamente un pecado muy grave y no queda libre de él hasta que demuestre que se ha arrepentido de dicho pecado. Pero, ¿es este realmente el caso de todos nuestros hermanos separados? La gran mayoría de ellos han heredado su religión de sus antepasados. Aceptan esta herencia a conciencia y creen, de buena fe, que están en el buen camino. ¿Quién se atrevería a negar esta buena fe y erigirse en juez de ellos y de su responsabilidad? Ciertamente, es más conforme a los hechos, a la justicia y a la caridad cristianas admitir su buena fe y, en los casos particulares, dejar el juicio a Dios, sin entrar en detalles ni hacer clasificaciones». (La unidad de los cristianos, p. 56)


La traducción de lo anterior es: como los protestantes son probablemente sinceros en sus errores, los católicos no deberían intentar convertirlos. El Cardenal incluso fingió indignación: ¡cómo se atreven los católicos a hacer lo que el Papa Pío IX dijo que no debíamos hacer!



Ojo a este error que fue cometido en ese momento y que los católicos seguimos cometiendo: El Cardenal Bea logró introducir este atroz engaño gracias a que era muy respetado

Trágicamente, Bea era tan respetado, poderoso e inteligente que fue capaz de introducir estas ideas heréticas (y otras similares) en los documentos del Concilio. Sus compañeros obispos heterodoxos del Concilio le ayudaron en sus esfuerzos, y además la mayoría de los demás obispos del Concilio habían perdido su capacidad o su deseo de salvaguardar a la Iglesia de los errores.



Monseñor Lefebvre denunció en aquel instante el perverso engaño (que ya había sido condenado por los Papas anteriores al Concilio)

Sin embargo, quedaron algunos defensores de la ortodoxia católica, entre ellos el arzobispo Marcel Lefebvre, cuya quinta intervención en el Concilio Vaticano II (archivada en la Secretaría del Concilio) cuestionaba el proyecto de Decreto sobre el Ecumenismo, Unitatis Redintegratio:


«En los capítulos 1, 2 y 3, los principios expuestos nos parecen promover un falso irenismo [promoción de la paz entre las Iglesias cristianas en cuanto a las diferencias teológicas], tanto velando la Verdad como atribuyendo dones espirituales excesivos a nuestros hermanos separados.


. . . Lo que se dice de la inspiración del Espíritu Santo y de los beneficios espirituales de que gozan los hermanos separados, no se expresa con claridad y sin ambigüedades. Página 8, línea 33: Se dice: “El Espíritu Santo no rehúsa servirse de estas iglesias y comunidades”. Esta afirmación contiene error: una comunidad, en la medida en que es una comunidad separada, no puede gozar de ninguna asistencia del Espíritu Santo. El Espíritu Santo solo puede actuar directamente sobre las almas o utilizar medios que, por sí mismos, no den ninguna señal de separación». (Lefebvre, ¡Yo acuso al Concilio!, pp. 14-15)


El arzobispo Lefebvre nunca olvidó las lecciones que había aprendido de los Papas anteriores al Vaticano II, quienes ya habían condenado los errores que Bea, Congar, de Lubac y Rahner estaban introduciendo en los documentos conciliares.


Por eso es que el arzobispo Lefebvre detectó los peligros del proyecto de decreto sobre el ecumenismo.



Monseñor Lefebvre fue superado en número por los obispos traidores de la Fe

Desgraciadamente, Monseñor Lefebvre fue superado en número y leemos lo siguiente en la versión final de Unitatis Redintegratio:


«Los hermanos separados de nosotros utilizan también muchas acciones litúrgicas de la religión cristiana. Estas, ciertamente, pueden engendrar verdaderamente una vida de gracia en formas que varían según la condición de cada Iglesia o comunidad.


Estas acciones litúrgicas deben considerarse capaces de dar acceso a la comunidad de salvación.


De ello se deduce que las Iglesias y comunidades separadas como tales, aunque las creamos deficientes en algunos aspectos, no han sido en absoluto privadas de significación e importancia en el misterio de la Salvación. Pues el Espíritu de Cristo no se ha abstenido de utilizarlas como medios de salvación, los cuales derivan su eficacia de la plenitud misma de la Gracia y de la Verdad confiadas a la Iglesia».



Como resultado, después del Concilio, los obispos católicos se dedicaron a enseñar que "las almas que se hallan por fuera de la Iglesia pueden estar no obstante en el camino de la Salvación"


Los defensores del Concilio Vaticano II han tratado de encontrar alguna forma en la que sea cierto que el «Espíritu de Cristo no se ha abstenido de utilizar a las sectas protestantes como medios de salvación». Sin embargo, invariablemente pasan por alto el argumento obvio del Papa Pío IX y de Monseñor Fenton:


¡No es el papel de los obispos católicos enseñar a los protestantes que ellos están en el camino de la Salvación al interior de sus religiones heréticas!


No obstante, gracias a Bea, esto es precisamente lo que ha sucedido durante más de sesenta años. Como consecuencia, en nombre de la promoción de la unidad de los cristianos, que no sea a través del proceso de adhesión de los no católicos a la Iglesia, católicos por lo demás sinceros fueron engañados hasta llegar a convertirse en misioneros anticatólicos.



El Cardenal Bea fue reconocido por los protestantes como el artífice de “la unidad”

Como sabemos por los frutos del Concilio Vaticano II, los cristianos racionales captaron el mensaje:


Exceptuando África, hemos visto durante sesenta años a los católicos abandonando la Iglesia en tropel, sin que haya habido una afluencia compensatoria del protestantismo hacia la Iglesia.


La mayoría de los católicos aún no tienen ni idea de cómo ha sucedido esto, pero podemos ver en las condolencias ofrecidas tras la muerte del cardenal Bea que los líderes protestantes lo entendieron bastante bien [todas las citas proceden de “Agustín Bea: El Cardenal de la Unidad”, del Padre Stjepan Schmidt, pp. 703-707]:


- «Con un trabajo cauteloso y paciente, paso a paso el cardenal Bea abrió muchas puertas al nuevo encuentro entre las confesiones, en la verdad y la caridad». - Mons. Hermann Dietzfelbinger, presidente de la Iglesia Evangélica en Alemania


- «Se debe principalmente a él y a sus colaboradores que se haya abierto una nueva era en las relaciones entre las Sociedades Bíblicas y la Iglesia católica».    - Dr. Olivier Beguin, Secretario General de las Sociedades Bíblicas Unidas


- «Era un hombre de gran valor y siempre dispuesto a asumir riesgos responsables, a veces incluso yendo más allá de la ley de la prudencia, para avanzar en la búsqueda de la unidad». - Dr. Eugene Carson Blake, Secretario General del Consejo Mundial de Iglesias


- «Dios le había dado un corazón y un espíritu lo suficientemente grandes como para incluirnos a todos». - Fred P. Corson, presidente del Consejo Metodista Mundial


- «Permítanme afirmar que, aparte del Papa Juan XXIII, ninguna otra personalidad católica de nuestro tiempo ha gozado de tanta veneración y gratitud sin reservas dentro del protestantismo como el difunto Cardenal Bea». - Dr. G. May, obispo evangélico de Viena



En últimas, el Cardenal Bea logró engañar a la mayoría de los obispos conciliares para que abandonaran la Gran Comisión dada por Dios Nuestro Señor Jesucristo

Así, en nombre de una unidad fraudulenta basada en el apaciguamiento de los protestantes, el cardenal Bea consiguió engañar a los manifiestos dirigentes de la Iglesia católica (de ese entonces) para que abandonaran la Gran Comisión. Fue el mayor engaño en la historia de la Salvación desde que Satanás tentó a Eva en el Jardín del Edén.


Sin embargo, a diferencia de la Caída de Adán, podemos detener el engaño siempre que los buenos católicos decidan despertar y exigir un retorno a lo que la Iglesia siempre ha enseñado (comenzando por el retorno a la Gran Comisión que Dios Nuestro Señor Jesucristo nos dejó).


Sesenta años de completa idiotez teológica son suficientes: es hora de rechazar los errores que el Padre de la mentira y su fiel Bea difundieron en el Concilio Vaticano II.


¡Corazón Inmaculado de María, ruega por nosotros!




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