"El Vaticano II dio comienzo a una Iglesia falsa, paralela" es el título de una carta traducida al español y publicada por Asociación Litúrgica Magnificat, Una Voce Chile.
Fue escrita por Monseñor Carlo María Viganò y, en ella, él declara que no calla más ante "la existencia de la más grave de las apostasías" a los más
altos niveles de la Jerarquía de la Iglesia Católica. Por causa de tal apostasía, hay muchos católicos y clero que “están convencidos de que la Fe católica
ya no es necesaria para la salvación eterna”.
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Nota:
Esta carta fue originalmente escrita en italiano y publicada el 9 de junio de 2020 por el sitio Chiesa e post concilio.
Fue
posteriormente publicada en inglés por Marco Tosatti y reproducida,
también en inglés, por el portal OnePeterFive.
Además,
fue reproducida en español por Adelante la Fe.
A continuación presentamos un desglose de la totalidad de la carta (no hemos suprimido ni cambiado una sola palabra).
Nuestro propósito es a ayudar a apreciar la riqueza de la misma y lo trascendental de las denuncias de Monseñor Viganò en estos tiempos de gran confusión.
Queremos contribuir a resolver dicha confusión, no solo a nivel de los fieles sino del clero, sabiendo que lo
que está en juego es la salvación de cientos de millones de almas.
“9 de junio de 2020
San Efrén
He leído con gran
interés el ensayo de Su Excelencia, Mons. Athanasius Schneider, publicado en LifeSiteNews
el 1 de junio, posteriormente traducido al italiano por Chiesa e post
concilio, titulado “No existe la voluntad divina positiva de que haya
diversidad de religiones ni hay un derecho natural a dicha diversidad”.
El
estudio de Su Excelencia resume, con la claridad que distingue las palabras de
quienes hablan de acuerdo con Cristo, las objeciones contra la supuesta
legitimidad del ejercicio de la libertad religiosa teorizada por el Concilio
Vaticano II en contradicción con el testimonio de la Sagrada Escritura y con la
voz de la Tradición, y en contradicción también con el Magisterio católico, que
es el fiel guardián de ambas”.
“El mérito del ensayo de Su Excelencia consiste, primero que nada, en su
comprensión del vínculo causal entre los principios enunciados -o implícitos-
del Concilio Vaticano II y su consiguiente efecto lógico en las desviaciones
doctrinales, morales, litúrgicas y disciplinarias que han surgido y se están
desarrollando progresivamente hasta el día de hoy”.
"El monstruo generado en los círculos modernistas podría haber sido, al
comienzo, equívoco, pero ha crecido y se ha fortalecido, de modo que hoy se
muestra como lo que verdaderamente es en su naturaleza subversiva y rebelde. La
criatura concebida en aquellos tiempos es siempre la misma, y sería ingenuo
pensar que su perversa naturaleza podría cambiar”.
“Los intentos de corregir los
excesos conciliares -invocando la hermenéutica de la continuidad- han
demostrado no tener éxito: Naturam expellas furca, tamen usque recurret
["Expulsa a la naturaleza con una horqueta: regresará"] (Horacio, Epist.,
I, 10, 24)”.
“La Declaración de Abu Dhabi -y como Mons. Schneider acertadamente
observa, sus primeros síntomas en el panteón de Asís- “fue concebida en el
espíritu del Concilio Vaticano II”, como lo afirma Bergoglio, orgullosamente”.
“Este “espíritu del Concilio” es la patente de legitimidad que los innovadores oponen a sus críticos, sin darse cuenta de que ello es confesar, precisamente, un legado que confirma no sólo la naturaleza errada de las declaraciones presentes, sino también la matriz herética que supuestamente las justifica.
Si se mira más de cerca, jamás en la historia de la Iglesia un Concilio se ha presentado a sí mismo como un hecho histórico diferente de todos los concilios anteriores: jamás se ha hablado del “espíritu del Concilio de Nicea” o del “espíritu del Concilio de Ferrara-Florencia” ni, mucho menos, del “espíritu del Concilio de Trento”. Tampoco existió jamás una era “post-conciliar” después del Letrán IV o del Vaticano I.
La razón de ello es
obvia: estos Concilios fueron todos, sin distinción alguna, expresión unánime
de la voz de la Santa Madre Iglesia, y por esta misma causa, voz de Nuestro
Señor Jesucristo”.
“Es elocuente que quienes sostienen la novedad del Concilio Vaticano II
adhieran también a la doctrina herética que pone al Dios del Antiguo Testamente
en oposición al Dios del Nuevo Testamento, como si pudiera existir
contradicción entre las Divinas Personas de la Santísima Trinidad”.
“Evidentemente esta oposición, que es casi gnóstica o cabalística, es
funcional para la legitimación de un sujeto nuevo, que se quiere diferente y
opuesto a la Iglesia católica”.
“Los errores doctrinales casi siempre revelan algún tipo de herejía
trinitaria, y por tanto es mediante el regreso a la proclamación del dogma
trinitario que las doctrinas que se le oponen pueden ser derrotadas: ut in
confessione veræ sempiternæque deitatis, et in Personis proprietas, et in
essentia unitas, et in majestate adoretur æqualitas: confesando una
verdadera y eterna Divinidad, adoramos la propiedad en las Personas, la unidad
en la esencia y la igualdad en la Majestad”.
“Mons. Schneider cita varios cánones de los Concilios Ecuménicos que proponen lo que, en su opinión, son doctrinas difíciles de aceptar hoy, como, por ejemplo, la obligación de diferenciar a los judíos por las ropas, o la prohibición de que los cristianos sirvan a patrones mahometanos o judíos.
Entre esos ejemplos
existe también la exigencia de la traditio instrumentorum proclamada por
el Concilio de Florencia, que fue posteriormente corregida por la Constitución
Apostólica Sacramentum Ordinis de Pío XII”.
“Mons. Schneider comenta: “Se puede rectamente esperar y creer que un futuro Papa o Concilio Ecuménico corrija las declaraciones erróneas hechas” por el Concilio Vaticano II. Esto me parece ser un argumento que, aunque hecho con la mejor de las intenciones, debilita el edificio católico desde sus mismos fundamentos (el subrayado es nuestro).
Si de hecho admitimos que puede haber actos magisteriales que, por el cambio en la sensibilidad, son susceptibles de abrogación, modificación o diferente interpretación por el paso del tiempo, caemos inevitablemente en la condenación del Decreto Lamentabili, y terminamos concediendo justificaciones a quienes, recientemente, y precisamente sobre la base de aquel erróneo supuesto, han declarado que la pena de muerte “no es conforme al Evangelio”, enmendando así el Catecismo de la Iglesia Católica.
De acuerdo con el mismo principio, podríamos sostener que las palabras del Beato Pío IX en Quanta Cura fueron en cierta forma corregidas por el Concilio Vaticano II, tal como Su Excelencia espera que ocurra con Dignitatis Humanae.
Ninguno de los ejemplos que ofrece Su Excelencia es, en sí mismo, gravemente erróneo o herético: el hecho de que el Concilio de Florencia declarara que la traditio instrumentorum era necesaria para la validez de las órdenes no comprometió de ningún modo el ministerio sacerdotal en la Iglesia, haciendo que se confirieran órdenes inválidas.
No me parece tampoco
que se pueda afirmar que este aspecto, a pesar de su importancia, haya
conducido a errores doctrinales por parte de los fieles, algo que sí ha
ocurrido, por el contrario, sólo en el último Concilio”.
“Y cuando en el curso de la historia se han difundido diversas herejías,
la Iglesia siempre ha intervenido prontamente para condenarlas, como ocurrió en
el tiempo del Sínodo de Pistoya de 1786, que fue en cierto modo un anticipo del
Concilio Vaticano II, especialmente en su abolición de la comunión fuera de la
Misa, la introducción de la lengua vernácula, y la abolición de las oraciones
del Canon dichas en voz baja, pero especialmente en la teorización sobre el
fundamento de la colegialidad episcopal, reduciendo la primacía del Papa a una
función meramente ministerial”.
“El releer las actas de aquel Sínodo causa estupor por la formulación
literal de los mismos errores que encontramos posteriormente, aumentados, en el
Concilio que presidieron Juan XXIII y Pablo VI. Por otra parte, tal como la
Verdad procede de Dios, el error es alimentado por el Adversario y se alimenta
de él, que odia a la Iglesia de Cristo y su corazón, la Santa Misa y la
Santísima Eucaristía” (el subrayado es nuestro).
“Llega un momento en nuestras vidas en que, por disposición de la Providencia, nos enfrentamos a una opción decisiva para el futuro de la Iglesia y para nuestra salvación eterna. Me refiero a la opción entre comprender el error en que prácticamente todos hemos caído, casi siempre sin mala intención, y seguir mirando para el otro lado o justificándonos a nosotros mismos.
También hemos
cometido, entre otros, el error de considerar a nuestros interlocutores como
personas que, a pesar de la diferencia de ideas y de fe, se han movido siempre
por buenas intenciones y que estarían dispuestas a corregir sus errores si
pudieran convertirse a nuestra Fe”.
“Junto con numerosos Padres Conciliares, concebimos el ecumenismo como
un proceso, como una invitación que llama a los disidentes a la única Iglesia
de Cristo, a los idólatras y paganos al único Dios verdadero, al pueblo judío
al Mesías prometido. Pero desde el instante en que fue teorizado en las
comisiones conciliares, el ecumenismo fue entendido de un modo que está en directa
oposición con la doctrina previamente sostenida por el Magisterio”.
“Hemos pensado que ciertos excesos eran solo exageraciones de los que se
dejaron arrastrar por el entusiasmo de novedades, y creímos sinceramente que
ver a Juan Pablo II rodeado por brujos sanadores, monjes budistas, imanes,
rabíes, pastores protestantes y otros herejes era prueba de la capacidad de la
Iglesia de convocar a todos los pueblos para pedir a Dios la paz, cuando el
autorizado ejemplo de esta acción iniciaba una desviada sucesión de panteones
más o menos oficiales, hasta el punto de ver a algunos obispos portar el sucio
ídolo de la pachamama sobre sus hombros, escondido sacrílegamente con el
pretexto de ser una representación de la sagrada maternidad.
Pero si la imagen de una divinidad infernal pudo ingresar a San Pedro,
fue parte de un crescendo que algunos previeron como un comienzo”.
“Hoy hay muchos católicos practicantes, y quizá la mayor parte del clero católico, que están convencidos de que la Fe católica ya no es necesaria para la salvación eterna: creen que el Dios Uno y Trino revelado a nuestros padres es igual que el dios de Mahoma (el subrayado es nuestro).
Hace veinte años oímos esto repetido desde los
púlpitos y las cátedras episcopales, pero recientemente lo hemos oído, afirmado
con énfasis, incluso desde el más alto Trono”.
“Sabemos muy bien que, invocando la palabra de la Escritura Littera enim occidit, spiritus autem vivificat ["La letra mata, el espíritu da vida" (2 Cor 3, 6)], los progresistas y modernistas astutamente encontraron cómo esconder expresiones equívocas en los textos conciliares, que en su tiempo parecieron inofensivos pero que, hoy, revelan su valor subversivo.
Es el método usado en
la frase subsistit in: decir una semi-verdad como para no ofender al
interlocutor (suponiendo que es lícito silenciar la verdad de Dios por respeto
a sus criaturas), pero con la intención de poder usar un semi-error que sería
instantáneamente refutado si se proclamara la verdad entera".
Así, “Ecclesia Christi subsistit in Ecclesia Catholica” no
especifica la identidad de ambas, pero sí la subsistencia de una en la otra y,
en pro de la coherencia, también en otras iglesias: he aquí la apertura a
celebraciones interconfesionales, a oraciones ecuménicas, y al inevitable fin
de la necesidad de la Iglesia para la salvación, en su unicidad y en su
naturaleza misionera”.
“Puede que algunos recuerden que los primeros encuentros ecuménicos tuvieron lugar con los cismáticos del Oriente, y muy prudentemente con otras sectas protestantes.
Fuera de Alemania, Holanda y Suiza, al comienzo los países de tradición católica no vieron con buenos ojos las celebraciones mixtas en que había juntos pastores protestantes y sacerdotes católicos.
Recuerdo que en aquellos años se habló de eliminar la penúltima doxología del Veni Creator para no ofender a los ortodoxos, que no aceptan el Filioque.
Hoy escuchamos los
surahs del Corán leídos desde el púlpito de nuestras iglesias, vemos un ídolo
de madera adorado por hermanas y hermanos religiosos, oímos a los obispos
desautorizar lo que hasta ayer nos parecía ser las excusas más plausibles de
tantos extremismos”.
“Y si esto es lo que el mundo quiere, todo paso en esa dirección que dé
la Iglesia es una desafortunada elección que se volverá en contra de quienes
creen que pueden burlarse de Dios. No se puede dar de nuevo vida a las
esperanzas de la Torre de Babel, con un plan globalizante que tiene como meta
la neutralización de la Iglesia católica a fin de reemplazarla por una
confederación de idólatras y herejes unidos por el ambientalismo y la
fraternidad universal”.
“No puede haber hermandad sino en
Cristo, y sólo en Cristo: qui non est mecum, contra me est”.
“Es desconcertante que tan poca gente se dé cuenta de esta carrera hacia
el precipicio, y que pocos adviertan la responsabilidad de los niveles más
altos de la Iglesia que apoyan estas ideologías anti cristianas, como si los
líderes de la Iglesia quisieran la garantía de que tendrán un lugar y un papel
en el carro del pensamiento correcto”.
“Y es sorprendente que haya gente que persista en la negativa a investigar las causas de fondo de la presente crisis, limitándose a deplorar los excesos actuales como si no fueran la consecuencia inevitable de un plan orquestado hace ya décadas.
El que la pachamama haya sido adorada en una iglesia, se lo debemos a Dignitatis Humanae.
El que tengamos una liturgia protestantizada y a veces incluso paganizada, se lo debemos a la revolucionaria acción de monseñor Annibale Bugnini y a las reformas postconciliares.
La firma de la Declaración de Abu Dabhi, se la debemos a Nostra Aetate.
Y si hemos llegado hasta delegar decisiones en las Conferencias Episcopales -incluso con grave violación del Concordato, como es el caso en Italia-, se lo debemos a la colegialidad y a su versión puesta al día, la sinodalidad.
Gracias a la
sinodalidad nos encontramos con Amoris Laetitia y teniendo que ver el
modo de impedir que aparezca lo que era obvio para todos: este documento, preparado
por una impresionante máquina organizacional, pretendió legitimar la comunión a
los divorciados y convivientes, tal como Querida Amazonia va a ser usada
para legitimar a la mujeres sacerdotes (como en el caso reciente de una
“vicaria episcopal” en Friburgo de Brisgovia) y la abolición del Sagrado
Celibato”.
“Los prelados que enviaron las Dubia a Francisco, a mi juicio,
evidenciaron la misma piadosa ingenuidad: pensar que Bergoglio, confrontado con
una contestación razonablemente argumentada de su error, iba a comprender, a
corregir los puntos heterodoxos y a pedir perdón”.
“El Concilio fue usado para legitimar las más aberrantes desviaciones
doctrinales, las más osadas innovaciones litúrgicas y los más inescrupulosos
abusos, todo ello mientras la Autoridad guardaba silencio”.
“Se exaltó de tal modo a este Concilio que se lo presentó como la única
referencia legítima para los católicos, para el clero, para los obispos,
oscureciendo y connotando con una nota de desprecio la doctrina que la Iglesia
había siempre enseñado autorizadamente, y prohibiendo la liturgia perenne que
había, durante milenios, alimentado la fe de una línea ininterrumpida de
fieles, mártires y santos”.
“Entre otras cosas, este Concilio ha demostrado ser el único que ha
causado tantos problemas interpretativos y tantas contradicciones respecto del
Magisterio precedente, en tanto que no existe ni un solo Concilio -desde el
Concilio de Jerusalén hasta el Vaticano I- que no haya armonizado perfectamente
con todo el Magisterio o que haya necesitado tanta interpretación”.
“Confieso con serenidad y sin controversia: fui una de las muchas
personas que, a pesar de tantas perplejidades y temores como hoy se ha
demostrado ser legítimos, confié en la autoridad de la Jerarquía con
incondicional obediencia.
En realidad, creo que mucha gente, incluido yo mismo,
no consideró en un comienzo la posibilidad de que pudiera haber un conflicto
entre la obediencia a una orden de la Jerarquía y la fidelidad a la Iglesia (el subrayado es nuestro).
Lo
que hizo tangible esta separación no natural, diría incluso perversa, entre la
Jerarquía y la Iglesia, entre la obediencia y la fidelidad, fue ciertamente el
presente pontificado” (el subrayado es nuestro).
“En la Sala de Lágrimas, adyacente a la Capilla Sixtina, mientras monseñor Guido Marini preparaba el roquete, la muceta y la estola para la primera aparición del Papa “recién elegido”, Bergoglio exclamó: “Sono finite le carnevalate!” [“Se acabó el carnaval”], rehusando desdeñosamente las insignias que todos los Papas hasta ahora habían aceptado, humildemente, como el atuendo del Vicario de Cristo.
Pero esas palabras
contenían una verdad, aunque dicha involuntariamente: el 23 de marzo de 2013,
los conspiradores dejaron caer la máscara, libres ya de la inconveniente
presencia de Benedicto XVI y osadamente orgullosos de haber finalmente
promovido a un Cardenal que representaba sus ideas, su modo de revolucionar la
Iglesia, de hacer maleable la doctrina, adaptable la moral, adulterable la
liturgia y desechable la disciplina”.
“Todo esto se consideró, por los mismos protagonistas de la conspiración, como lógica consecuencia y obvia aplicación del Concilio Vaticano II que, según ellos, había sido debilitado por las críticas hechas por Benedicto XVI.
La mayor osadía de
ese Pontificado fue el permiso para celebrar libremente la venerada liturgia
tridentina, cuya legitimidad fue finalmente reconocida, refutando cincuenta
años de ilegítimo ostracismo”.
“No es un accidente el que los partidarios de Bergoglio sean los mismos
que vieron el Concilio como el primer paso de una nueva Iglesia, antes de la
cual había existido una vieja religión con una vieja liturgia.
No es accidente: lo que estos hombres afirman impunemente,
escandalizando a los moderados, es lo mismo que creen los católicos, vale
decir, que a pesar de todos los esfuerzos de la hermenéutica de la continuidad,
que naufragó miserablemente con la primera confrontación con la realidad de la
presente crisis, es innegable que, desde el Concilio Vaticano II en adelante,
se construyó una nueva iglesia, superimpuesta a la Iglesia de Cristo y
diametralmente opuesta a ella”.
“Esta Iglesia paralela oscureció progresivamente la institución divina fundada por el Señor, reemplazándola por una entidad espuria, que corresponde a la deseada religión universal, teorizada primeramente por la masonería.
Expresiones como nuevo humanismo, fraternidad universal, dignidad del hombre, son muletillas del humanitarismo filantrópico que niega al verdadero Dios, de una solidaridad horizontal de inspiración vagamente espiritualista y de un irenismo ecuménico, condenado inequívocamente por la Iglesia.
“Nam et loquela tua manifestum te facit ["Tus palabras te ponen en evidencia"]” (Mt 26, 73): este recurrir frecuente, incluso obsesivo, al mismo vocabulario de los enemigos revela la adhesión a la ideología inspirada por ellos.
Por otra parte, la
renuncia sistemática al lenguaje claro, inequívoco y cristalino de la Iglesia
confirma el deseo de separarse no sólo de las formas católicas, sino incluso de
su sustancia misma”.
“Lo que durante años hemos oído proclamar vagamente, sin connotaciones claras, desde el más alto de los Tronos, lo encontramos ahora, elaborado en un verdadero manifiesto propiamente tal, entre los partidarios del presente pontificado:
la democratización de la Iglesia, ya no mediante la colegialidad inventada por el Concilio Vaticano II, sino por la vía sinodal inaugurada por el Sínodo de la Familia;
la demolición del sacerdocio ministerial mediante su debilitamiento por las excepciones al celibato eclesiástico y la introducción de figuras femeninas con responsabilidades cuasi-sacerdotales;
el silencioso tránsito desde un ecumenismo dirigido a los hermanos separados hacia una forma de pan-ecumenismo que reduce la Verdad del Dios Uno y Trino al nivel de las idolatrías y de las más infernales supersticiones;
la aceptación de un diálogo interreligioso que presupone un relativismo religioso y excluye la proclamación misionera;
la desmitologización del Papado, emprendida por Bergoglio como tema de su pontificado;
“Si no reconocemos que las raíces de estas desviaciones se encuentran en
los principios establecidos por el último Concilio, será imposible encontrar
una cura: si persiste de nuestra parte un diagnóstico que, contra todas las
demostraciones, excluye la patología inicial, no podemos prescribir una terapia
adecuada”.
“Esta operación de honestidad intelectual exige una gran humildad,
primero que nada, para reconocer que, durante décadas, hemos sido conducidos al
error, de buena fe, por personas que, constituidas en autoridad, no han sabido
vigilar y cuidar al rebaño de Cristo (el subrayado es nuestro): algunas de ellas, para poder llevar una
vida tranquila, otras debido a que tienen demasiados compromisos, otras por conveniencia
y, finalmente, otras de mala fe o incluso con un malicioso propósito”.
“Estas últimas, que han traicionado a la Iglesia, deben ser identificadas, llevadas a un costado e invitadas a corregirse y, si no se arrepienten, deben ser expulsadas de los recintos sagrados (el subrayado es nuestro).
Así es como actúa el Pastor, que tiene en su corazón el bien de las ovejas y que da su vida por ellas.
Hemos tenido y
todavía tenemos demasiados mercenarios, para quienes la aprobación por parte de
los enemigos de Cristo es más importante que la fidelidad a su Esposa”.
“Tal como, hace sesenta años, honesta y serenamente obedecí
cuestionables órdenes, creyendo que representaban la amable voz de la Iglesia,
hoy, con la misma serenidad y honestidad, reconozco que he sido engañado (el subrayado es nuestro)”.
“Ser coherente hoy, perseverando en el error, constituiría una desgraciada elección y me convertiría en un cómplice de este fraude (el subrayado es nuestro).
Proclamar que existió
claridad de juicio desde el principio no sería honesto: todos supimos que el
Concilio iba a ser, más o menos, una revolución, pero no podíamos imaginar que
iba a serlo de un modo tan devastador, incluso respecto a la obra de quienes
deberían haberla evitado”.
“Y si, hasta Benedicto XVI podíamos todavía pensar que el golpe de
estado del Concilio Vaticano II (que el Cardenal Suenens llamó “el 1789 de la
Iglesia”) estaba experimentando una desaceleración, en estos últimos años hasta
el más ingenuo de entre nosotros ha comprendido que el silencio por temor a
causar un cisma, el esfuerzo por remendar los documentos papales en sentido
católico para remediar su intencionada ambigüedad, los llamados y dubia
dirigidos a Francisco que han quedado elocuentemente sin respuesta, son formas
de confirmación de la existencia de la más grave de las apostasías a que están
expuestos los más altos niveles de la Jerarquía, en tanto que los fieles
cristianos y el clero se sienten desesperadamente abandonados y son vistos por
los obispos casi con enfado” (el subrayado es nuestro).
“La Declaración de Abu Dhabi es la proclama ideológica de una idea de paz y cooperación entre las religiones que podría posiblemente ser tolerada si proviniera de paganos privados de la luz de la Fe y del fuego de la Caridad.
Pero todo el que haya
recibido la gracia de ser Hijo de Dios en virtud del Santo Bautismo debería
horrorizarse con la idea de construir una versión, moderna y blasfema, de la
Torre de Babel, buscando aunar a la única Iglesia de Cristo, heredera de las
promesas hechas al Pueblo Elegido, con aquellos que niegan al Mesías y con
quienes consideran que la idea misma de un Dios Trino y Uno es una blasfemia”.
“El amor de Dios no tiene límites y no tolera compromisos, porque de
otro modo no es, simplemente, Caridad, sin la cual no se puede permanecer en
Él: qui manet in caritate, in Deo manet, et Deus in eo [quien permanece
en el amor, permanece en Dios, y Dios en él] (1 Jn 4, 16)”.
“Importa poco que se trate de una declaración o de un documento
magisterial: sabemos bien que la mens subversiva de los innovadores juguetea
con estas especies de puzzles (rompecabezas – traducción nuestra) a fin de difundir
el error”.
“Y sabemos bien que la finalidad de estas iniciativas ecuménicas e interreligiosas no es convertir a quienes están lejos de la única Iglesia de Cristo, sino desviar y corromper a quienes tn religión universal que reúna a las tres grandes religiones abrahámicas “en una sola casa” (el subrayado es nuestro):
¡Esto sería el triunfo del plan masónico de preparación del
reino del Anticristo! (el subrayado es nuestro)
No importa mucho que
ello se materialice mediante una bula dogmática, una declaración, o una
entrevista con Scalfari en La Repubblica, porque los partidarios de
Bergoglio esperan la señal de su palabra, a la cual responderán con una serie
de iniciativas que están preparadas y organizadas desde hace ya algún tiempo”.
“Y si Bergoglio no cumple las instrucciones que ha recibido, hay cantidad de teólogos y de clérigos que están preparados para lamentarse de la “soledad del papa Francisco”, a fin de usar esto como premisa para su renuncia (pienso, por ejemplo, en Massimo Faggioli en uno de sus recientes ensayos).
Por otra parte, no
sería la primera vez que usan al Papa cuando éste actúa según el plan de ellos,
y que se deshacen de él o lo atacan tan pronto como no lo hace”.
“El domingo pasado la Iglesia celebró a la Santísima Trinidad, y en el Breviario se recita el Symbolum Athanasianum, hoy puesto fuera de la ley por la liturgia conciliar, y ya reducido a sólo dos ocasiones en la reforma litúrgica de 1962. Las primeras palabras de ese suprimido Symbolum merecen estar escritas con letras de oro: “Quicumque vult salvus esse, ante omnia opus est ut teneat Catholicam fidem; quam nisi quisque integram inviolatamque servaverit, absque dubio in aeternum peribit [Quien quiera ser salvado, es necesario, antes que nada, que crea en la Fe católica, porque a menos que mantenga esta fe íntegra e inviolada, sin duda perecerá eternamente]” (el subrayado es nuestro).
+ Carlo Maria Viganò
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