Te comparto la reflexión correspondiente al Domingo de Pascua de la Resurreccion del Señor (Domingo de Resurrecion), sobre las lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.
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Nota acerca de la fecha: En el 2014, corresponde al Domingo 20 de Abril.
Pedro, tomando la palabra, dijo: "Ustedes ya
saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea, después del
bautismo que predicaba Juan: cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu
Santo, llenándolo de poder. Él pasó haciendo el bien y curando a todos los que
habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él. Nosotros somos
testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén. Y ellos
lo mataron, suspendiéndolo de un patíbulo. Pero Dios lo resucitó al tercer día
y le concedió que se manifestara, no a todo el pueblo, sino a testigos elegidos
de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con Él, después de su
resurrección. Y nos envió a predicar al pueblo, y atestiguar que Él fue
constituido por Dios Juez de vivos y muertos. Todos los profetas dan testimonio
de Él, declarando que los que creen en Él reciben el perdón de los pecados, en
virtud de su Nombre".
Hermanos: Ya que ustedes han resucitado con Cristo,
busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios.
Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra.
Porque ustedes están muertos, y su vida está desde ahora oculta con Cristo en
Dios. Cuando se manifieste Cristo, que es nuestra vida, entonces ustedes
también aparecerán con él, llenos de gloria.
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto". Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.
Te comparto en primer lugar unas reflexiones generales acerca de estas lecturas:
Hoy es un día de gozo, de inmensa alegría y de gran esperanza para todos. Jesús, el Cristo, ha resucitado y al hacerlo abre a todos la posibilidad de resucitar con él, de acoger como posible una vida plena, una vida no sometida a la caducidad de lo temporal. La resurrección de Jesús nos abre la posibilidad de entrar en el misterio de Dios. No se trata simplemente de recordar un acontecimiento del pasado, sino de entrar en comunión con este acontecimiento, de entrar en sintonía con él y de actualizarlo en nuestra existencia dejando que él transforme – desde ya- nuestra manera de vivir.
Podemos intentar nuestra reflexión partiendo del relato del Evangelio (Recordemos que estos relatos no pretenden ser un reportaje pormenorizado de lo que pasó sino un testimonio creyente sobre Jesús y sobre el nacimiento de la Iglesia. Son textos de tipo teológico, que hay que interpretar). Recordemos que Jesús entró en Jerusalén para coronar su misión (esto fue lo que celebramos el Domingo de Ramos, al iniciar la semana santa). Esta entrada significó arriesgarlo todo, poner en juego su vida. ¿Tenemos la osadía de poner en juego nuestra vida en aquello que hacemos? ¿Tenemos un proyecto que justifique la entrega de nuestra vida?
Jesús tuvo la posibilidad de echarse para atrás para salvar su vida, pero decidió permanecer fiel a la misión encomendada. Esta es otra de las grandes lecciones que nos da: el compromiso hasta las últimas consecuencias. Lo cierto es que en una mezcla de confabulaciones en la que se entrelazan motivos políticos, religiosos y hasta personales, Jesús es condenado a la muerte más ignominiosa que aplicaba en aquella época el imperio romano: la crucifixión.
Con la crucifixión llega, para los discípulos de Jesús la desolación. Su Maestro está muerto (brutalmente asesinado) y la manera de esa muerte pone en entredicho la legitimidad de su obra, de su misión, de su pretensión. Ya no es tan claro que sea el Mesías. Además, si quienes estuvieron orquestando su muerte fueron los representantes del Sanedrín, es decir, lo más granado de la élite religiosa del pueblo judío, entonces muy seguramente las acusaciones de mentiroso y blasfemo que le lanzaban podían ser ciertas. ¿Qué hacer? Al parecer, nada. Es la oscuridad total (es lo que teológicamente se ha llamado el “viernes santo de la fe”).
¿Quién podría resolver, entonces, esta situación? ¿Quién podría develar el misterio? ¿Quién podría dar claridad ante tantas tinieblas? Sólo Dios. Sólo el Padre Dios, que en el episodio del Bautismo de Jesús habló afirmando que este hombre era su Hijo Amado, podría decir la última palabra. Y esta palabra fue la resurrección. Al resucitar a Jesús de entre los muertos Dios Padre afirma que este crucificado llamado Jesús era quien tenía razón y que los equivocados eran los miembros del Sanedrín. ¡Qué curioso! Los teólogos se equivocaron. Pretendían saberlo todo de Dios y de las Escrituras y terminaron fuera de foco. Con frecuencia, el orgullo enceguece. Y el orgullo cargado de intelectualidad aún más.
Pero la resurrección provocó un vuelco total en la vida de los desanimados seguidores de Jesús. La tristeza se transformó en gozo; el miedo en valor y la timidez en osadía evangelizadora. Entonces entendieron que esta experiencia y que este acontecimiento no podían quedar ocultos. Se pusieron a predicar, a “dar testimonio” y, poco a poco, fueron naciendo comunidades cristianas (en Corinto, en Filipos, en Tesalónica, en Éfeso, en Galacia, y en muchas otras partes). Así nació la iglesia: de la misión realizada comprometidamente por muchos cristianos (algunos reseñados en los textos del Nuevo Testamento, otros anónimos). ¿Qué los impulsaba? La experiencia del encuentro con el Resucitado Jesús y la presencia activa del Espíritu Santo.
Sobre la primera, es decir, la experiencia de encuentro con el Resucitado, nos hablarán las lecturas que acompañan todo el tiempo pascual. Son los relatos de apariciones del Resucitado, que hay que leer con cuidado, a fin de no confundir esta experiencia de encuentro con unas burdas apariciones de un zombi reanimado. Sobre lo segundo, nos hablarán las lecturas de la última etapa del tiempo de Pascua en las que se anuncia la venida del Espíritu Santo y, de modo especial, las lecturas de la Fiesta de Pentecostés, en que se celebra la experiencia de la venida del Espíritu Santo sobre los creyentes. Recordemos que PENTA significa 50, es decir, 50 días después de la Pascua.
Hecho este breve recorrido podemos ver con mayor claridad las lecturas del día de hoy:
El Evangelio nos sitúa, a través de 3 personajes (María Magdalena, Pedro y el discípulo que Jesús amaba), ante la experiencia fundamental que sostiene toda la fe cristiana: la resurrección de Jesús. Sin el acontecimiento de la resurrección, Jesús hubiera quedado descalificado, anulado. Ya Pablo lo afirmó en el capítulo 15 de la 1ª Carta a los Corintios: “Si Cristo no resucitó, entonces vacía es nuestra fe y vana nuestra esperanza”
El Evangelio de Juan nos presenta a María Magdalena madrugando para ir al sepulcro de Jesús. Va de madrugada, “Todavía estaba oscuro”. Simbólicamente el evangelista nos dice que María permanece aún a oscuras, no ha entrado aún en la experiencia de la resurrección, de la vida, de la luz. Pero la luz viene y la transforma en la primera anunciadora (la primera evangelizadora, pues la palabra griega evangelio significa buena noticia). ¿No debemos, acaso, ser todos los cristianos evangelizadores allí donde vivimos?
El relato del Evangelio subraya el papel que – para ese momento – ya se le reconoce tanto al grupo apostólico como (de manera especial) a Pedro. Por eso María Magdalena va en su búsqueda y por eso mismo el otro discípulo (que la tradición identificará como Juan) no entra al sepulcro sino que espera que sea Pedro el que lo haga. Reconocer a Pedro, valorar su misión, apoyar su servicio es importante. Lo que interesa es que Pedro sea fiel a Jesús y que –como Jesús- vele pastoralmente por la comunidad creyente. Esto fue lo que escribió san Pablo (refiriéndose a todos los servidores de la Iglesia): “Lo que se exige a los administradores es que sean fieles” Y nosotros ¿Qué tan fieles somos? (1 Corintios 4, 2)
La tumba está vacía. Claro, se trata de un signo. Pero el signo no es suficiente ni absoluto. Es un indicador, que debe ser interpretado, pues la tumba puede estar vacía por muchas razones (pudieron haberse llevado el cuerpo, por ejemplo). En la tumba sólo están las vendas y el sudario. Jesús ya no está allí, ha desaparecido para aparecer de nuevo pero de otra forma. Los dos discípulos vieron y creyeron, comprendieron lo que las Escrituras (es decir el Antiguo Testamento) decían: que el Mesías tenía que resucitar. Atención a este ver (que no es un ver simplemente de tipo físico). Nótese que el texto ya es una confesión de fe de las primeras comunidades cristianas: para ellas Jesús es, realmente, el Mesías de Dios, que había sido anunciado por los profetas. Nótese, igualmente, la referencia a las Escrituras. Las Escrituras hablan de Jesús; Jesús realiza las Escrituras y es su mejor intérprete.
El encuentro con el Resucitado cambia todo. ¿Qué queda por hacer después de esta experiencia? Compartir el gozo de esta experiencia y comunicarla a los demás discípulos. ¿Qué debemos hacer, hoy, los cristianos? Abrirnos a la experiencia del encuentro con Jesús resucitado, dejarnos llenar del gozo de estar con Jesús y comunicar a otros - a través de nuestra manera de vivir- este acontecimiento que transforma vidas. Lo que debemos hacer hoy es construir comunidades cristianas vivas, sanas, resucitadas. Esto fue lo que hicieron los primeros creyentes. Vale la pena que nos preguntemos: ¿Cuáles son las características de una comunidad cristiana auténticamente habitada por Jesús Resucitado? ¿Cómo son nuestras comunidades? Trabajar en esto no es fácil: debemos discernir, superar nuestros miedos, fortalecer nuestra vida interior para poder ver con claridad y hacer frente a las situaciones contradictorias que se presentan: Enfrentar los miedos y superarlos, entrar en un proceso de transformación interior y exterior, vivir el perdón y abrazar la causa de Jesús son el proyecto propuesto a la Iglesia. ¿Lo estamos haciendo?
“Se suele decir en teología que la resurrección de Jesús no es un hecho "histórico", con lo cual se quiere decir no que sea un hecho irreal, sino que su realidad está más allá de lo físico. La resurrección de Jesús no es un hecho realmente registrable en la historia; nadie hubiera podido fotografiar aquella resurrección. La resurrección de Jesús objeto de nuestra fe es más que un fenómeno físico. De hecho, los evangelios no nos narran la resurrección: nadie la vio. Los testimonios que nos aportan son de experiencias de creyentes que, después, "sienten vivo" al Resucitado, pero no son testimonios del hecho mismo de la resurrección. La resurrección de Jesús no tiene parecido alguno con la "revivificación" de Lázaro. La de Jesús no consistió en la vuelta a esta vida limitada y caduca, no es la reanimación de un cadáver (…) La resurrección (tanto la de Jesús como la nuestra) no es una vuelta hacia atrás, sino un paso adelante, un paso hacia otra forma de vida, la de Dios. Importa recalcar este aspecto para darnos cuenta de que nuestra fe en la resurrección no es la adhesión a un "mito", como ocurre en tantas religiones, que tienen mitos de resurrección. Nuestra afirmación de la resurrección no tiene por objeto un hecho físico sino una verdad de fe con un sentido muy profundo, que es el que queremos desentrañar.” (Servicios KOINONIA).
La Primera Lectura nos sitúa ya en el corazón de la misión. Los discípulos de Jesús ya han vivido la experiencia de encuentro con el Resucitado y están empeñados totalmente en su anuncio. Se han transformado de discípulos medrosos y desesperanzados en testigos valientes y convencidos de lo que anuncian. ¿No es esto lo que nos piden insistentemente los Pastores de la Iglesia en el documento de Aparecida? ¿No es eso lo que – con fuerza – está proponiendo el Papa Francisco a todos los cristianos? “Anunciar con la vida y con la palabra a Jesucristo es el corazón de la misión”. Corresponde a cada creyente, a cada comunidad, a la iglesia en cada época discernir las maneras más adecuadas de ofrecer este testimonio.
Según el libro de los Hechos de los Apóstoles, Pedro –después del acontecimiento de Pentecostés - da testimonio de Jesús. La vida cristiana no es otra cosa sino dejarse conducir por el Espíritu Santo y dar testimonio de lo que Dios ha hecho y sigue haciendo en Jesús. En este discurso de Pedro aparecen los elementos esenciales de la historia de la salvación y de las promesas hechas por Dios en el Antiguo Testamento. Según la fe cristiana, estas promesas, Dios las ha cumplido en la persona de Jesús. Cumplir las promesas es importante. Creer en las promesas de Dios es fundamental. Pedro, hablando a los judíos de aquel tiempo, hace la radiografía más corta, pero más precisa de Jesús. En ella Pedro explicita 4 cosas: 1) toda la vida de Jesús no fue otra cosa sino un servicio a la humanidad, 2) toda ella tuvo como eje y criterio hacer el bien, 3) el paso de Jesús por este mundo tuvo tal trascendencia porque “Dios estaba con Él”, y 4) Jesús se dejó habitar y conducir plenamente por el Espíritu Santo. La vida del cristiano debe ser una continuación de la vida de Jesús. ¿Cómo es realmente nuestra vida? ¿Pueden estos 4 elementos ayudarnos a vivir un cristianismo más claro, que impacte en el mundo actual?
Pedro y los demás Apóstoles comprendieron que Jesús es vía de acceso de todos a Dios. Comprendieron que para vivir esta experiencia hay que entrar en comunión con Cristo, es decir, con sus criterios, con sus valores, con su proyecto, con su práctica del bien, con el ejercicio de la misericordia, con su misterio pascual, es decir, con su manera de vivir, con su muerte y con su resurrección. ¿Hemos logrado comprender que Jesús es, para nosotros vía de acceso a Dios?
La Segunda Lectura es un reflejo de la actividad misionera de san Pablo y sus compañeros. Pablo, misionero itinerante y fundador de comunidades, está empeñado en que todos conozcan a Jesús. Cuando Pablo ya no está en alguna de las comunidades que ha fundado escribe cartas para acompañarlas, para hacer seguimiento a su misión. Esta vez escribe a los cristianos de la comunidad de Colosas. Para Pablo una cosa es clara: quienes han experimentado en sus vidas la presencia de Jesús resucitado, quienes han adherido a la fe en Jesús son criaturas nuevas y, por tanto, su manera de vivir debe reflejar esta novedad. Dicho de otra manera: cuando la comunidad creyente (y cada cristiano en particular) comprende, interioriza y asume existencialmente la relación con Jesús resucitado como el eje estructurante de su vida ocurre un acontecimiento especial: la transformación. Sólo entonces Jesús resucitado se torna presente en la comunidad y en la vida del creyente y lo lleva a un nuevo horizonte de vida.
La vivencia de este nuevo horizonte es el signo que evidencia que la comunidad ha no sólo comprendido en qué consiste el seguimiento de Jesús, sino que también ha entrado en su resurrección. Por eso san Pablo es capaz de escribirles: “Ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo”. ¿Podemos decir que acontece lo mismo en nuestras comunidades? ¿Podemos decir que esto está sucediendo en nuestra vida personal?
Una comunidad que pretenda llamarse cristiana, pero en la cual hay divisiones, envidias, odios, exclusión, relaciones de dominio, orgullo deberá cuestionarse si realmente está en ella el Resucitado y si está viviendo a la manera de Jesús. Si tales experiencias destructivas son “el día a día” de la comunidad y no se ve ningún asomo de cambio es porque ella no está permitiendo que el Espíritu Santo haga su trabajo. El trabajo del Espíritu no es otro que transformar a las comunidades, desde la perspectiva del amor, y conducirlas a la experiencia de la misericordia, para que – como Jesús – pasen ellas (y cada miembro en particular) haciendo el bien. ¿Cómo es la comunidad cristiana a la que pertenezco? ¿Qué le puedo aportar?
Te comparto algunos puntos adicionales para la reflexión:
1) ¿He vivido esta Cuaresma y esta Semana Santa como camino a la resurrección, que comienza aquí y ahora?
2) Si la Iglesia quiere dar hoy testimonio de la resurrección, debe optar por la vida y debe comprometerse (desde su pastoral) por los esfuerzos en favor de una vida digna y justa para todos. ¿Qué hacer para que esto sea una realidad en nuestras comunidades cristianas?
Terminemos nuestra meditación orando con el…
¡Den
gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterno su amor!
Que lo diga el pueblo de Israel:
¡es eterno su amor!
La mano del Señor es sublime,
la mano del Señor hace proezas.
No, no moriré:
viviré para publicar lo que hizo el Señor.
La piedra que desecharon los constructores
es ahora la piedra angular.
Esto ha sido hecho por el Señor
y es admirable a nuestros ojos.
Por último, te invito a que hagamos juntos la siguiente oración:
Oh Dios, ayúdanos para que, renovados por la gran alegría pascual, trabajemos
siempre por vencer a la muerte y hacer crecer la Vida. Abre nuestros corazones
a la acción de tu Espíritu Santo, para que aprendamos a pasar por este mundo
haciendo el bien. Amén.
¿Tienes alguna pregunta, duda, inquietud, sugerencia o comentario acerca de estas reflexiones?
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