¿Será que voy a estar en estado de gracia para alcanzar la Salvación Eterna? O ¿será que voy a estar en pecado mortal, sin la posibilidad de confesarme, y por lo mismo voy a condenarme eternamente en el Infierno?
El régimen común (es decir, lo más normal) es que un alma que logra salvarse, deberá pasar por el Purgatorio (antes de subir al Cielo) para purificarse de los pecados que no haya podido reparar aquí en la Tierra (mediante actos de reparación, expiatorios, sacrificios, ofrecimiento de sufrimientos y demás).
Y en cuanto a los que aún estamos vivos, nuestro deber es rezar por las benditas almas del Purgatorio, especialmente por las de nuestros seres queridos, para ayudarlas a acortar su paso por el Purgatorio. Valga decir que las almas en el Purgatorio no pueden ayudarse a sí mismas; por eso necesitan de nuestras oraciones, de que ofrezcamos Santas Misas por ellas, de que apliquemos indulgencias por ellas, en especial las indulgencias plenarias durante la Semana de Difuntos (es decir, la semana a partir del 2 de noviembre que es el día en que se conmemoran todos los fieles difuntos).
Rezar por los difuntos es una obra de misericordia fundamental. Lo que hagamos en beneficio de los difuntos redundará en beneficio nuestro cuando nos toque el turno de morir.
Recordemos que los castigos en el Purgatorio son como los del Infierno, con la diferencia de que no son para siempre.
Aprovechemos estas y otras reflexiones que Monseñor Fernando Altamira nos comparte en la siguiente prédica, para que, entre otras cosas, nos ayuden a mantener presente la pregunta: ¿Cómo será el último día de nuestras vidas?
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