Entender la magnitud y las dimensiones del escándalo para la fe católica que representó el encuentro de “religiones”, promovido y presidido por Benedicto XVI en Asís 2011, permite comprender mejor la crisis actual de la Iglesia Católica y el camino hacia el Abismo que significa el Sínodo de la Sinodalidad de Francisco.
En efecto, el Sínodo de la Sinodalidad de Francisco, que se desarrolla entre 2021 y 2024, es la continuación del encuentro de falso ecumenismo llevado a cabo por Benedicto XVI en Asís, en octubre 27 de 2011.
¿Por qué tal encuentro de “religiones” es falso ecumenismo? Porque de manera evidente quiso colocar al catolicismo al mismo nivel de las demás “religiones”. O dicho en otras palabras: ¡Nuestro Señor Jesucristo quiso ser colocado al mismo nivel de Mahoma, de Buda, de las “deidades” hindúes, de los dioses paganos de las demás culturas alrededor del mundo!
¡Y este es precisamente un objetivo, velado pero primario, del Sínodo de la Sinodalidad: destronar a Nuestro Señor como Rey del Universo! ¡Aberrante!
Analicemos la gravedad del encuentro de Asís de 2011, promovido y presidido por Benedicto XVI, a la luz del artículo escrito por el Padre Régis de Cacqueray en septiembre de 2011 (es decir en vísperas del encuentro), cuyos apartes publicamos a continuación:
¿Qué sucederá el 27 de
octubre de 2011?, ¿una
llamada a la conversión a la fe católica?
No, será la renovación, por parte de Benedicto XVI, del escándalo sin precedentes
perpetrado por su predecesor, Juan Pablo II, el 27 de octubre de 1986.
¿A qué dios de los representantes de las falsas religiones (que van a asistir al encuentro) rezarán?. A qué dios estarán rezando si no es a sus falsos dioses.
El Papa Benedicto XVI los ha invitado explícitamente a «vivir más profundamente su propia fe religiosa» (El fin anunciado por el Papa es el de «renovar solemnemente el compromiso de los creyentes de todas las religiones de vivir la propia fe religiosa como servicio a la causa de la paz» (Ángelus de Benedicto XVI, 1.° de enero de 2011).
¿Hacia quién se volverán
los musulmanes si no es hacia el dios de Mahoma?
¿Hacia quién se dirigirán los animistas, si no es hacia sus ídolos?
Este acto del sumo pontífice constituye, por sí mismo, una blasfemia terrible hacia Dios.
Este acto se opone gravemente al Primer Mandamiento: «Sólo al Señor adorarás y sólo a Él servirás» (Deut. 6, 13; Mt. 4, 10).
¿Cómo puede alguien pensar que
Dios estará complacido con los judíos quienes son fieles a sus padres, los
cuales crucificaron al Hijo de Dios y negaron al Dios Uno y Trino?
¿Cómo puede Dios aceptar las
oraciones de todos los herejes, cismáticos y apóstatas, que han repudiado a Su
Iglesia, la cual surgió del costado de Su Hijo?
¿Cómo podría ser Él, honrado
por la adoración ofrecida a los ídolos de los animistas, panteístas y otros
idólatras?
¿Cómo podría Él escuchar estas
oraciones cuando Su Hijo claramente nos ha dicho lo contrario: «Ningún hombre
va hacia el Padre, sino por mi»? (Jn. 14, 6).
Igualmente, a través de San Juan: «Todo el que niega al Hijo, tampoco tiene
al Padre» (I Jn. 2, 23).
Que las almas oren de buena fe
mientras están en la herejía o la incredulidad, es una cosa; Dios reconocerá a
los suyos y los guiará hacia la única Iglesia; pero invitar a estos hombres a
orar como representantes de las falsas religiones, según «su propia fe religiosa»,
seguramente indica que están
siendo invitados a orar según el espíritu y las formas de las falsas
religiones.
¿Cómo puede no verse esto como
el supremo insulto a Dios, tres veces santo?
¿Cómo no podemos menos que indignarnos profundamente a la vista de tal
escándalo?
¿Cómo podemos permanecer en silencio sino es pecando de complicidad?
¿Realmente hemos de creer que el rezar a los falsos dioses será meritorio para nosotros y que no nos atraerá castigos sino, por el contrario, la bendición de la paz entre los hombres?
¿Ya hemos olvidado el Gran
Diluvio Universal?
¿Ya hemos olvidado la destrucción de Sodoma y Gomorra, cuyos crímenes fueron
menos graves que el de la incredulidad? («Si no os
reciben o no escuchan vuestras palabras, saliendo de aquella casa o de aquella
ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies. En verdad os digo que más tolerable
suerte tendrá la tierra de Sodoma y Gomorra en el día del juicio que aquella
ciudad» (Mt. 10,
14-15)).
¿Han sido alterados los
registros en los Evangelios y en la historia, acerca de la sangrienta
destrucción de Jerusalén y la cuota de pecados de Su pueblo?
Más aún, ¿cuál es el objetivo
de conseguir paz temporal mientras se pierde el alma? «No temáis a los que
matan el cuerpo y después de esto nada más pueden hacer. Voy a deciros a quien
debéis temer: temed a Aquel que, después de haber dado la muerte, tiene poder para
arrojar al infierno» (Lc. 12, 4-5).
Desde otro punto de vista,
¿cómo podemos dejar de ver en esta oración por la paz una desviación, con fines
ecuménicos, de legitimar la aspiración humana de la paz civil?
No, la paz traída por Cristo
no puede ser una paz mundana; esta, por el contrario, es la paz masónica
sellada con la “libertad de conciencia” [o la libertad de elección, véase la
raíz griega de la palabra herejía].
En realidad, la paz por la que
el Papa Benedicto XVI está orando no es una paz meramente temporal, es
especialmente por medio de la libertad religiosa [libertad de cultos,
propiamente] y la libertad de conciencia.
Veamos: «Es la Jornada
mundial de la paz, ocasión propicia para reflexionar juntos sobre los grandes
desafíos que nuestra época plantea a la humanidad. Uno de ellos, dramáticamente
urgente en nuestros días, es el de la libertad religiosa; por
eso, este año he querido dedicar mi Mensaje a este tema: Libertad religiosa,
camino para la paz. [...] En el mensaje de hoy para la Jornada de la paz,
subrayé que las grandes religiones pueden constituir un importante factor de
unidad y de paz para la familia humana, y recordé, al respecto, que en este año
2011 se celebrará el 25 aniversario de la Jornada mundial de oración por la paz
que el venerable Juan Pablo II convocó en Asís en 1986.
Por
eso, el próximo mes de octubre, iré como peregrino a la ciudad de San
Francisco, invitando a unirse a este camino a los hermanos cristianos de las
distintas confesiones, a los representantes de las tradiciones religiosas del
mundo» (Benedicto XVI, Angelus del 1.° de enero de 2011).
Tal “libertad de
conciencia” fue frecuentemente condenada por los papas («De esta
fuente envenenada del indiferentismo brota aquella máxima falsa y absurda, o
más bien delirio: que a todos se les debe procurar y garantizar la libertad de
conciencia» (Gregorio XVI. Mirari Vos, 1832)).
Esta es la intención
establecida por el Papa Benedicto XVI; esta es la paz por la que el Papa ora:
la paz temporal obtenida por medio de la libertad de conciencia.
Pero, ¿es esta la paz de Cristo?,
¿la de Aquel que murió en la Cruz para afirmar Su Divinidad?
La paz de Cristo es muy
diferente y lo es más en la medida en que la “caridad” haya sido separada de la
“hermandad” en esta idea de paz masónica.
La paz de Cristo es paz con Dios, fruto de la redención de las almas por la
Sangre de Su Hijo y por el rechazo del hombre al pecado. En cuanto a la
paz civil comunicada por Cristo, no es nada más que el fruto de la Civilización
cristiana, moldeada por la fe y la caridad católicas.
Se hace mofa de la enseñanza de los Apóstoles, los Papas, los Padres de la Iglesia, los santos, los mártires y los príncipes y héroes católicos.
Se hace mofa de la enseñanza
del Salmista, que dice: «todos los dioses de los gentiles son demonios» (Sal. 95, 5.).
Se hace mofa de la orden de San Juan de no saludar a los herejes (II Jn 10-11: «Si alguno viene a vosotros y no lleva esa doctrina, no le recibáis en casa ni le saludéis, pues el que le saluda comunica en sus malas obras»).
Se hace mofa de la
enseñanza tanto de Gregorio XVI como de Pío IX (Syllabus.
1864. proposición condenada no 79, DS 2979), para quienes
la libertad de conciencia es un “delirio”.
Se hace mofa de la prohibición
formal de los Papas León XIII (Con ocasión del “Congreso
de religiones”, celebrado en Chicago en 1893) y Pío XII para organizar o participar en congresos
interreligiosos.
Se hace mofa del ejemplo de San Francisco de Sales y de sus escritos, en «Las Controversias», sobre la conversión de los herejes protestantes.
Se hace mofa de los miles de
misioneros que ofrendaron hasta sus vidas por la salvación de las almas de los
infieles.
Se hace mofa de la gesta
heroica de Carlos Martel al detener a los musulmanes en Poitiers, o de
Godofredo de Bouillon, forzando su entrada a Jerusalén con lanzas y espadas.
Se hace mofa de San Luis de
Francia quien castigó la blasfemia.
¿Cómo puede un católico
que suscribe el dogma, «Fuera de la Iglesia no hay salvación», imbuirse
del “espíritu de Asís”?
¿Cómo puede después de hacer
tal cosa, ver a la Iglesia católica como la Única Arca de Salvación?
Más aún, este escándalo proviene
de la autoridad sagrada más alta sobre la tierra, del Vicario de Cristo mismo,
como si la gravedad de tal reunión no fuese suficiente por sí misma.
Esto hace al Papa Benedicto
XVI, quien preside esta reunión, no la cabeza de la Iglesia católica, sino la
cabeza de una “iglesia” de Naciones Unidas, el primus inter pares de la
religión de todas las religiones, esencialmente idéntica al culto masónico del
Gran Arquitecto del Universo?
¿No es esta una perversión
satánica de la misión encomendada a San Pedro?
Mientras que Cristo
solemnemente mandó a Pedro a confirmar a sus hermanos en la fe y a
apacentar a Sus ovejas, el sucesor de Pedro, Benedicto XVI, de hecho está
confirmando a sus hermanos en el indiferentismo y el relativismo.
Porque, más allá de esta terrible blasfemia, esta decisión personal del
Papa engendrará un inmenso escándalo en las almas, tanto de católicos como de
no católicos. Ante la imagen de un Papa uniendo a los representantes de
todas las falsas religiones, la reacción de la mayoría de los hombres será la
de relativizar aún más la verdad y la religión.
¿Qué individuo, poco
familiarizado con la religión católica, no estará tentado en dudar del destino
de los no católicos cuando observa al Papa invitándolos a orar por la libertad
de conciencia?
¿Qué persona, que no profese
el cristianismo, podrá después de este acto sacrílego ver en la religión
católica la única religión verdadera, que se destaca de las otras, cuando ha presenciado
cómo el máximo jerarca de la Iglesia católica la ha colocado al nivel de las demás
“religiones”?
¿Cómo podría no
interpretarse en un sentido relativista la invitación del Papa Benedicto XVI a los
participantes del encuentro de Asís a «practicar la propia religión, tan bien
como sea posible»?:
«Iré como peregrino a
la ciudad de San Francisco, invitando a mis hermanos cristianos de varias
denominaciones, a los representantes de las tradiciones religiosas del mundo a
unirse a esta peregrinación, e idealmente a todos los hombres y mujeres de
buena voluntad... para renovar solemnemente el compromiso de los creyentes de
toda religión para vivir su propia fe religiosa al servicio de la causa de la
paz» (Benedicto XVI. Ángelus del 1.°
de enero de 2011).
En 1986 (a raíz del primer
encuentro de falso ecumenismo en Asís, convocado por Juan Pablo II), un
periodista publicó esta conclusión:
«El Papa está innovando y presidiendo las Naciones Unidas de las
Religiones: aquellos que creen en el Eterno, aquellos que creen en miles de
dioses, aquellos que no creen en un dios en particular. ¡Una sorprendente
visión! Juan Pablo II admite con espectacularidad la relativización de la fe
cristiana, la cual ahora solo es una entre otras» (Le Figaro
Magazine, 31 de octubre 1986, p.69)
¿Cómo imaginar que este juicio
no sea compartido por muchos en la víspera del 27 de octubre de 2011 (cuando se
va a celebrar el encuentro de Asís presidido por Benedicto XVI)?
Esta es la razón por la que
nos parece singularmente extraño excusar al Papa Benedicto XVI de tal pecado diciendo que
Asís del 2011 es diferente al Asís de 1986.
Por el contrario, todo concurre para convencernos de la sorpresiva continuidad entre la reunión de Asís de 1986 y la de 2011:
• La naturaleza de la
reunión: una invitación a los representantes de las falsas religiones a
reunirse para “reflexionar y orar por la paz”.
• El motivo: la paz cívica promovida por las Naciones Unidas. En 1986 Juan Pablo II invitó a todas las religiones «en este año de 1986, designado por Naciones Unidas como el Año de la Paz, para llevar a cabo una reunión especial para rezar por la paz en la ciudad de Asís» (L’Osservatore Romano, 27-28 enero 1986).
Por otro lado, durante el
mensaje por la paz del 1.° de enero de 2011, fecha en la cual Benedicto XVI
anunció la reunión en Asís para el 27 de octubre de 2011, el Papa profirió esta
declaración reveladora:
«Sin esta fundamental
experiencia [de las “grandes religiones”] se vuelve difícil guiar a las
sociedades hacia los principios de la ética universal y establecer a nivel
nacional e internacional el orden legal por el cual se reconozca y respete
derechos y libertades fundamentales, cuando fueron planteados como objetivos de
la Declaración Universal de 1948 de los derechos Humanos (tristemente ignorados
y rechazados al día de hoy)... Todo esto es necesario y coherente con el respeto por la
dignidad y valoración de la persona humana consagrados por los pueblos del
mundo en la Carta de Naciones Unidas de 1945...» (Mensaje de
Benedicto XVI para la celebración de la Jomada mundial por la paz, 1.° enero
2011, nº 12).
Monseñor Fellay escribió a
Juan Pablo II con ocasión del segundo escándalo de Asís en 1999:
«Los temas humanistas,
terrenales y naturalistas abordados en estas reuniones causan el que la Iglesia
sea despojada de toda su misión divina, eterna y sobrenatural y se coloque al
nivel de los ideales de la Francmasonería con su “paz mundial” ajena al único
Príncipe de la Paz, Nuestro Señor Jesucristo» (Carta de Monseñor Fellay a Juan Pablo II protestando solemnemente contra la renovación del
escándalo de Asís en Roma el 28 de octubre de 1999).
• La fecha:
Benedicto XVI escogió para emprender su iniciativa una fecha que marca el 25
aniversario de la primera celebración en Asís:
«En el año 2011 se cumple el 25 aniversario del Día Mundial de Oración por
la Paz convocado en Asís el año de 1986 por el Papa Juan Pablo II... El
recuerdo de esta experiencia ofrece una razón de esperanza para el futuro en el
cual todos los creyentes se vean a sí mismos y sean realmente agentes de la
justicia y la paz» (Mensaje de
Benedicto XVI para la celebración de la Jornada mundial por la paz, 1.° enero
2011, n° 7 y 11).
¿No es este un claro signo
de continuidad?
¿No es esta una forma de hacernos
revivir ese doloroso recuerdo de escándalos como el de un Buda colocado encima
del tabernáculo, en la Iglesia de San Pedro; el de las gallinas sacrificadas a los dioses en el altar
de Santa Clara; el del
Vicario de Cristo flanqueado por el Dalai Lama y el Patriarca Ortodoxo
controlado por la KGB?
¿Es necesario conmemorar el
aniversario de un acontecimiento, cuando el objetivo debe ser distanciarse de este?
¿Por qué proclamar urbi et
orbi que «el recuerdo de esta experiencia ofrece una razón de esperanza»?
En memoria de su predecesor y para recordar a todos y cada uno su fidelidad al espíritu de la primera reunión en Asís, el Papa Benedicto XVI afirma: «Este año de 2011 se cumple el 25 aniversario del Día Mundial de Oración por la Paz, el cual fue convocado por el Beato Juan Pablo II, en Asís, el año de 1986» (Benedicto XVI, Ángelus del 1.° enero 2011).
Igualmente el Comunicado de prensa de la Santa Sede, del 2 de abril de 2011: «La imagen de la peregrinación resume el sentido del acontecimiento que se celebrará; se hará memoria de las etapas recorridas, desde el primer encuentro de Asís, al posterior de enero de 2003 y, al mismo tiempo, se mirará al futuro, con el propósito de continuar recorriendo con todos los hombres y las mujeres de buena voluntad el camino del diálogo y de la fraternidad, en el contexto de un mundo en rápida transformación».
Ya
en 2007, con ocasión de las jornadas interreligiosas en Nápoles, Benedicto XVI
disipaba cualquier ilusión que hiciera pensar en un arrepentimiento por la
primera reunión de Asís: esta reunión «nos lleva en espíritu a 1986, cuando
mi venerado predecesor Juan Pablo II invitó sobre la colina de San Francisco a
los grandes representantes religiosos a rezar por la paz, subrayando en esta
circunstancia el lazo intrínseco que une una auténtica actitud religiosa con
una viva sensibilidad por ese bien fundamental de la humanidad [...] En el
respeto de las diferencias de las distintas religiones, estamos todos llamados
a trabajar por la paz» (Benedicto XVI, Discurso a los jefes religiosos
participantes en el encuentro internacional por la paz, el 21 de octubre
de 2007).
No solo son los leales
defensores del Papa (Benedicto XVI) quienes utilizan estos mismos argumentos para intentar
justificar lo injustificable.
El primer Asís fue defendido
realizando una sutil distinción entre “reunirse para orar” y “orar
juntos”.
¿Ahora se dirá que no habrá
oración común, sino sólo un día de oración en común?
En lugar de negar la
simultaneidad de las oraciones en silencio, ¿diremos que todos oran separadamente según su propia religión?
Como si estas distinciones
engañosas no fuesen elaboradas según las necesidades de la causa.
Como si todas estas sutilezas fueran inmediatamente entendidas por la mayoría
de los hombres, quienes solo se quedarán con una cosa: la reunión de todas
las “religiones” para orar juntos a la divinidad ajena de cualquier Revelación (Nuestro Señor Jesucristo).
Finalmente y como todos los
gestos del actual Papa comparados con los de sus predecesores, el escándalo de
Asís del 2011 será sustancialmente el mismo, pero menos espectacular que el
Asís del año 1986.
Esta es la razón por la que
todos aquellos quienes nos acusan una vez más de una falta de caridad debido a
la vehemencia de estas líneas, les recordamos las palabras de Cristo: «Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas,
y a tu prójimo como a ti mismo».
¿Hemos mostrado un amor
ardiente a Cristo cuando fallamos en censurar la blasfemia o criticar la
actitud de aquellos que son sorprendidos por esta?
¿Amamos a nuestro prójimo
cuando fallamos en advertirle sobre los escándalos que se avecinan?
¿Es este el amor que Cristo
quiere para nosotros?
No; como San Pío X recordó en
una hora oscura:
«Ahora bien, la doctrina
católica nos enseña que el primer deber de la caridad no está en la tolerancia
de las opiniones erróneas, por muy sinceras que sean, ni en la indiferencia
teórica o práctica ante el error o el vicio en que vemos caídos a nuestros
hermanos, sino en el celo por su mejoramiento intelectual y moral no menos que
en el celo por su bienestar material.
Esta misma doctrina católica
nos enseña también que la fuente del amor al prójimo se halla en el amor de
Dios, Padre común y fin común de toda la familia humana, y en el amor de
Jesucristo. [...] No, venerables hermanos, no hay verdadera fraternidad fuera
de la caridad cristiana» (San Pío X, Carta
encíclica Notre Charge Apostolique, al episcopado francés, 25 de agosto 1910).
Siendo así, entonces, ¿a
qué Iglesia pertenecemos?
¿A la Iglesia de San Policarpo
de Esmirna, quien replicó al hereje Marción cuando le preguntó si lo
reconocía?: «Sí, te reconozco como el hijo mayor del diablo».
¿Pertenecemos a la Iglesia de
San Martín quien destrozó los ídolos y derribó los árboles sagrados de Francia?
¿Pertenecemos a la Iglesia
de San Bernardo, quien predicó la cruzada a nuestros antepasados?
¿Pertenecemos a la Iglesia de
los santos y mártires, o por el contrario a la Iglesia de Pilatos, a la de
Pierre Cauchon, a la de Lamenais, a la de Teilhard de Chardin, siempre lista
para adular al mundo y para entregar a Cristo y Sus discípulos a sus perseguidores?
¿Juzgaremos a Asís con los
ojos de la fe, de los papas y mártires o, por el contrario, con los ojos mundanos, liberales y
modernistas?
Esta es la razón por la que no
podemos quedarnos callados; mientras el Papa Benedicto XVI se prepara para uno
de los actos más serios de su pontificado, nosotros vigorosa y públicamente
proclamamos nuestra indignación, esperando y suplicando al Cielo que esta
calamidad preparada tan meticulosamente no se lleve a término.
Por último, ¿cómo podemos
dejar de pensar en las palabras de Monseñor Lefebvre, recordadas por Monseñor
Fellay en 1999 en su carta al Papa?
«Monseñor Lefebvre vio en este
desastroso acontecimiento de Asís “uno de los signos de los tiempos” que
lo llevaron a proceder con las consagraciones episcopales sin Su
consentimiento…”» (Carta de Monseñor Fellay a Juan Pablo II protestando solemnemente contra la renovación del
escándalo de Asís en Roma el 28 de octubre de 1999).
El tiempo ha llegado, sin
embargo, para realizar la reparación por este escándalo, para realizar
penitencia, mientras en nuestros corazones mantenemos la firme esperanza de que
a pesar del progreso del Misterio de Iniquidad, «las puertas del infierno no
prevalecerán contra la Iglesia».
Autor: Padre Régis de Cacqueray, 12 de septiembre de 2011,
Festividad del Dulce Nombre de María, aniversario de la victoria de los
ejércitos católicos sobre los turcos en Viena el 12 de septiembre de 1683. (este es el enlace a la fuente del artículo)
Nuestro deber de caridad cristiana es denunciar el error de fe allí donde se encuentre y ayudar a que nuestro prójimo no caiga en él.
Tal es caso del “falso ecumenismo”, favorecido por Benedicto XVI en encuentros como el de Asís 2011 y acentuado una y otra vez por Francisco, dentro de la tarea de “demolición de la Iglesia” que está perpetrando.
Además, es nuestro deber regresar al Depósito de la fe, al Magisterio Milenario de la Iglesia Católica, defendido y custodiado ardientemente por los Papas hasta antes del Concilio Vaticano II.
Y, no menos importante, debemos volver a la Santa Misa de siempre, la Tradicional, la establecida por el mismo Nuestro Señor como Sacrificio Perpetuo, Misa que quiso ser reemplazada por la misa moderna desde 1969 y que ahora Francisco, con su “caballo de Troya” llamado el Sínodo de la Sinodalidad, quiere suprimir.
¿Por qué quiere Francisco suprimir la Misa Tradicional? Porque es un estorbo para sus planes de establecer un “catolicismo ecuménico” que no es otro que un “catolicismo” vaciado de Nuestro Señor Jesucristo como Rey del Universo… Tal “catolicismo ecuménico” pretende convertirse finalmente en la religión única mundial, planeada y deseada por los masones.
¡Resistamos este plan diabólico representado en el Sínodo de la Sinodalidad! ¡Esta es la batalla decisiva!
La siguiente imagen corresponde al N.° 67 de la Encíclica "Caritas in Veritate", escrita en 2009 por Benedicto XVI, donde de manera explícita aboga por el establecimiento de un gobierno mundial.
“No permitáis que se diga, Hermanos míos, que la
Masonería es la anti-iglesia, … fundamentalmente, la Masonería quiere ser una
super iglesia, la iglesia que las reunirá a todas” ("Política y masonería”);
“Esa nueva iglesia
recibirá sin embargo de Roma la consagración y la Jurisdicción Canónica” (Roca
en “Glorioso Centenario");
“Sólo en una sociedad
teocrática que tenga el carácter universal de la Masonería podrán reunirse un
día el Islam y la Cristiandad, los judíos y los budistas, Europa y Asía, en un
mismo ideal y en una misma esperanza. En una palabra, a la Masonería
corresponde formar la Iglesia universal”
(Pignatel, “Batallas
masónicas”).
Así explica un masón cómo debería ser la nueva religión mundial:
“Delante de una iglesia
«ocupada» ampliamente por las ideas del mundo, es decir, por las ideas impuestas
al mundo por la inteligencia masónica, los francmasones no van a padecer más la
«aversión sistemática» porque ellos encontrarán, en el seno mismo de la
Iglesia, la complicidad, la complacencia, la afinidad.
Allí le ofrecen el sillón
al “Consejo de Maestros [masones]”.
Y esto va más lejos aún. Es
la famosa visión del “hermano” francmasón Corneloup:
«Alrededor de un patio central, un arquitecto ha edificado el templo de todas las religiones: en el centro, sobre una amplia cúpula que se abre al cielo, un pedestal muy simple. Sobre él, un rosal en flor que se impulsa hacia el cielo.
Los hombres vienen de rezar
en el templo de su elección. Después de haber rezado, ellos salen al patio y se
mezclan unos con otros y también con aquellos que no han entrado en ningún
templo. Y todos juntos, sin sacrificar, cualquiera que sea, ni su fe ni sus
creencias particulares, comulgan en la admiración, el respeto del amor a la
rosa, emblema de la vida».
(Transcripción de la página 244 del libro de Jacques Ploncard d’Assac: “Le
Secret des Francs-Maçons” [el Secreto de los Francmasones], ed. de Chire,
2da. Edición, año 1983).
Lunes 27 de octubre 1986, 9 horas: Juan Pablo II recibe en el atrio de la Basílica de Santa María de los Ángeles a los representantes de las “doce grandes religiones”.
¿Doce? Se ignoraba hasta hoy
que los diversos cultos se ajusten a una cifra perfecta.
Es verdad que católicos,
ortodoxos, anglicanos, luteranos, calvinistas, metodistas, bautistas,
cuáqueros, armenios, coptos y viejos católicos de Utrecht fueron agrupados para
esta ocasión como representantes de una sola religión, la "religión cristiana", e igual con las otras once:
budistas, musulmanes, hindúes, sikhs, shintoistas, judíos, bahais, jainistas,
zoroastrienses y, por último, religiones tradicionales del África y de los
Indios de América.
En Santa María de los Ángeles,
los dignatarios desfilan ante el Papa que los saluda. El cortejo es variado.
Los trajes azafranes de los hindúes contrastan con los solideos esmeraldas, los
chéchis, los keffiehs de los imanes musulmanes.
Los indios de América enarbolan soberbios adornos de plumas. Los brujos
animistas van descalzos, cubiertos uno con una toga blanca, el otro con un paño
multicolor, a la manera de piel de tigre.
Otro con el rostro marcado con pinturas de paz. Es “Tintín” en el Congo, en
América y en el Tíbet en un mismo libro...
En el mismo momento, en Santa
María-Mayor, los hindúes y los sikhs alternan las estrofas y los discursos.
En San Pedro son los budistas
que celebran el oficio zen. El celebrante, vestido con un traje naranja y con
una especie de casulla verde, la cabeza cubierta con una larga capucha, está
rodeado de monjes jóvenes con los cráneos rapados (para la mayoría de los
occidentales convertidos) que se inclinan hacia él, y acompañan al ritmo de un
gong, la ceremonia...
A la izquierda del altar,
el Dalai Lama está sentado en un canapé bajo, delante de sus monjes. Balancea
la cabeza, inclina medio cuerpo, luego vuelve a enderezarse mirando a los
fotógrafos que hacen su negocio y se inclina alrededor de altar, con una
sonrisa de complicidad...
Los judíos no quisieron
celebrar culto. Prefirieron instalarse en la calle, alrededor de una mesa, para
comentar la Torah.
No lejos de allí, está prohibida la entrada al local donde se aislaron los jainistas. ¡Qué pérdida para el observador!, pues los adoradores de la aurora, tienen costumbre, dicen, de rezar postrándose ante una “cruz gamada”, símbolo del sol...
De hecho, si las delegaciones toman lugar en un mismo estrado, el Papa ocupa su
asiento en el centro, en una silla que no se diferencia de los otros “guías
espirituales”, entre Mons. Methodios, representante del Patriarcado de
Constantinopla y el Dalai Lama; los grupos suben uno tras otro en una segunda
tribuna hasta que llega el momento de tomar la palabra.
(El texto completo de este
relato fue publicado en el numero 55 correspondiente a enero-febrero de 1987,
de la revista "Fideliter" - R.P. 14-Annexe 1, 69110 - Ste Foylés-Lynn
Francia).
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