Te comparto la reflexión correspondiente al 11° Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C, sobre las lecturas de la Biblia que se proclaman durante la Eucaristía de este día.
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Nota acerca de la fecha: En el 2016, corresponde al Domingo 12 de Junio.
Con frecuencia confundimos al sujeto pecador con su pecado y, en aras de acabar con el pecado, terminamos destruyendo también al sujeto que ha pecado. El sujeto puede estar en una situación de pecado pero no es su pecado. Por eso la liturgia de este 11º domingo del tiempo ordinario insiste en la misericordia de Dios, que ama al sujeto más allá de su pecado. La experiencia de una tal misericordia inspira en el ser humano el deseo de vivir una vida nueva, inspirada en ese amor.
Veamos las lecturas:
El Señor ha perdonado ya tu pecado, no morirás
En aquellos días, Natán dijo a David: "Así dice el Señor, Dios de Israel: "Yo te ungí rey de Israel, te libré de las manos de Saúl, te entregué la casa de tu señor, puse sus mujeres en tus brazos, te entregué la casa de Israel y la de Judá, y, por si fuera poco, pienso darte otro tanto. ¿Por qué has despreciado tú la palabra del Señor, haciendo lo que a Él le parece mal? Mataste a espada a Urías, el hitita, y te quedaste con su mujer. Pues bien, la espada no se apartará nunca de tu casa; por haberme despreciado, quedándote con la mujer de Urías."" David respondió a Natán: "¡He pecado contra el Señor!" Natán le dijo: "El Señor ha perdonado ya tu pecado, no morirás."
Algunas reflexiones
Esta lectura nos habla del perdón de Dios y de la fragilidad humana, tomando como ejemplo la historia de David. Nosotros somos tan frágiles como David, pero podemos llegar a perdonar como Dios perdona. Nadie está exento de fallar y de pecar (no toda falla es pecado, no lo olvidemos). Pero el primer paso para levantarnos es reconocer lo que ha sucedido, lo que hemos hecho. Escondiendo no sacamos nada, no avanzamos, no crecemos.
Los libros de Samuel, que aparecen en el Antiguo Testamento, nos presentan los inicios de la Monarquía en el antiguo pueblo de Israel. El libro no pretende hacer un análisis sociopolítico de la monarquía, sino una catequesis y proponer a los oyentes (o a los lectores) un mensaje que les ayude a caminar en la fe.
El texto propuesto nos sitúa en la historia de David. David ha cometido un grave pecado: ha traicionado a Dios cometiendo injusticia y ha traicionado a uno de sus mejores militares (Urías). Pretendiendo ocultar su abuso de poder (apropiarse de la mujer de otro) y su desliz (haber dejado embarazada la mujer de Urías), decide dar muerte a este soldado valeroso y guardar las apariencias “acogiendo a la señora en el palacio”, dándoselas de gran benefactor.
Dios, a través del profeta Natán, destapa la historia y anuncia un gran castigo. El texto que tenemos como primera lectura contiene el reproche de Dios a David, el arrepentimiento de David y el perdón de Dios (anunciado a través del profeta).
Te propongo algunos aspectos claves de la lectura, para que los retengamos:
Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí
Hermanos: Sabemos que el hombre no se justifica por cumplir la Ley, sino por creer en Cristo Jesús. Por eso, hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe de Cristo y no por cumplir la Ley. Porque el hombre no se justifica por cumplir la Ley. Para la Ley yo estoy muerto, porque la Ley me ha dado muerte; pero así vivo para Dios. Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Y, mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí. Yo no anulo la gracia de Dios. Pero, si la justificación fuera efecto de la Ley, la muerte de Cristo sería inútil.
Algunas reflexiones
Una de las grandes tentaciones del creyente es creer que él se salva por sí mismo por sus propias fuerzas, por sus méritos y esfuerzos y que a mayor acumulación de méritos más le puede exigir a Dios. San Pablo reacciona contra esta postura e insiste en un eje fundamental de la fe cristiana: no es el ser humano el que se salva, sino Dios quien lo salva.
Por tanto, la salvación es pura “gracia”. La ley le indica cosas, le advierte, le sirve de pedagoga en los primeros momentos, pero no tiene poder para salvar.
De lo anterior se sigue, además, que para tener acceso a la salvación lo fundamental no es cumplir ritos ni dedicarse a la observancia minuciosa de normas externas… lo que sí es necesario es la acogida amorosa del amor de Dios (de su perdón, de su misericordia, de su acción rescatadora). Y, puesto que Dios ha revelado su amor total en la persona de Jesús, lo fundamental es entrar en comunión con el Señor Jesús, dejarse habitar por Él y vivir para Él. Por eso san Pablo afirma: “Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Y, mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí.”
Recordemos que las comunidades cristianas establecidas en la ciudad de Galacia (en Asia Menor) pasaron por un periodo de crisis por causa de algunos predicadores judaizantes, que insistían en que, para poder ser cristianos, los creyentes provenientes del helenismo debían abrazar las leyes y prácticas (religiosas) del judaísmo. Pablo rechaza esta postura, pues considera que la observancia de tales cosas es algo secundario si de lo que se trata es de ser seguidor de Jesús.
Para ser auténtico discípulo de Cristo resucitado lo fundamental es acoger el amor de Dios que en Él se reveló y vivir una vida según sus valores… Una vida centrada en el amor al prójimo y en el servicio a los necesitados.
Luego de analizar la situación que se presenta, Pablo, en su carta, anuncia lo esencial de su mensaje: No es la Ley (entiéndase, la Ley de Moisés) y las obras (entiéndase, una especie de meritocracia), lo que salva, sino la fe (la acogida del amor de Dios y el abandono en Él). Las obras son una consecuencia de la conciencia de este amor inconmensurable.
He aquí algunos puntos claves a retener, desde la óptica de san Pablo:
El texto propuesto subraya la actitud amorosa de Dios para con el ser humano. Esta actitud amorosa muestra que la plenitud de vida a la que aspira el ser humano es un don, que brota de la infinita bondad de Dios. Desde el texto podemos comprender que lo que se espera del creyente no es que se sitúe delante de Dios como un engreído, autosuficiente y exigente, sino como un hijo amado, perdonado y agradecido.
Es necesario tomar conciencia de que – desde una clara comprensión teológica y espiritual cristiana- Cristo es suficiente. Muchas veces, en nuestro caminar creyente nos apoyamos en otras realidades, inventamos prácticas, que se transforman en requisitos, que pretendemos imponer a otros. Con esto lo que hacemos es no sólo desvirtuar la fe, sino marginalizar a los demás y provocar sufrimiento y tensiones. Lo fundamental es una identificación existencial con Jesús.
Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor
En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: "Si este fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora." Jesús tomó la palabra y le dijo: "Simón, tengo algo que decirte." Él respondió: "Dímelo, maestro." Jesús le dijo: "Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?" Simón contesto: "Supongo que aquel a quien le perdonó más." Jesús le dijo: "Has juzgado rectamente." Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: "¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama." Y a ella le dijo: "Tus pecados están perdonados." Los demás convidados empezaron a decir entre sí: "¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?" Pero Jesús dijo a la mujer: "Tu fe te ha salvado, vete en paz." Después de esto iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que Él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.
Algunas reflexiones
El texto del evangelio de Lucas vuelve a introducirnos en la dinámica: pecado-arrepentimiento-perdón-salvación. Lo interesante de este evangelio es que subraya que el amor de la mujer brota de haber experimentado la misericordia de Dios. Así, la experiencia del amor de Dios (amor gratuito) posibilita una vida nueva.
El texto nos sitúa en la primera parte del evangelio de Lucas. Durante esta primera fase misionera de Jesús ya se evidencia lo esencial del proyecto de Jesús: traer a todos – preferencialmente a los marginados y oprimidos de este mundo – hacia la salvación y la liberación de Dios. Toda la narración del evangelio va a insistir en una de las opciones (y valores) fundamentales de Jesús: la fuerza liberadora y transformadora de la misericordia.
El episodio se sitúa en el contexto de un banquete (experiencia en la que todos deben ser iguales… Pero, con frecuencia, esto no sucede). Lo central del texto (del mensaje que nos quiere dar el evangelista Lucas) es la actitud de Jesús para con los pecadores. Nuestra atención debe fijarse en la misericordia de Jesús, pues esto es lo que se espera que cada cristiano (que es, por definición, un seguidor de Jesús) aprenda a operar allí donde está.
La narración concede mucha importancia a la mujer (recordemos que en aquella época y cultura la mujer estaba subyugada y maltratada cultural y socialmente). Nuestros corazones están invitados a centrarnos en ella, en su búsqueda (entra para buscar al maestro Jesús); en su preparación (lleva perfume, signo de que ha pensado en este encuentro); en su arrepentimiento (que no necesita palabras, los gestos son suficientes); en su lógica (las actitudes de esta mujer son presentadas no en la lógica de “tener que hacer todo esto para ser perdonada”, sino en la lógica de “expresar su gratitud por haber sido ya perdonada”, lo cual viene a reforzar la tesis de san Pablo en la segunda lectura: “No nos salvamos por las obras de la ley, sino por la Gracia de Dios, desplegada en Cristo Jesús”.
Así las cosas, la parábola que Jesús cuenta quiere iluminar algo clave: no es que el perdón sea el resultado del gran amor manifestado por la mujer, sino que el gran amor de la mujer es el resultado del perdón de Dios que le ha llegado a través de Jesús. En Jesús, esta mujer se percibe no-rechazada; no-dominada; no-marginalizada; no-cosificada.
En la narración hay otra figura clave: Simón, el fariseo. El representa a aquellas personas religiosas, muy apegadas a la observancia de la ley, que evitan tener contacto con los pecadores para no quedar impuros. Todavía, al interior de la Iglesia, alimentamos este tipo de lógica…Debemos ser cuidadosos.
Lo interesante del texto es que todo el esfuerzo de Jesús está orientado a ayudarle a comprender la lógica de Dios, la lógica del amor… para ello, Simón tendrá que ser capaz de salir de la lógica del cumplimiento de la ley, de la autosuficiencia perfeccionista y de la tendencia a juzgar y condenar. No olvidemos que nosotros podemos ser este Simón.
Terminemos nuestra reflexión orando con el…
R. Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado.
Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito. R.
Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: "Confesaré al Señor mi culpa", y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. R.
Tú eres mi refugio, me libras del peligro, me rodeas de cantos de liberación. R.
Alegraos, justos, y gozad con el Señor; aclamadlo, los de corazón sincero. R.
¿Tienes alguna pregunta, duda, inquietud, sugerencia o comentario acerca de estas reflexiones?
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